Quién es Santiago Peña, el ex FMI elegido presidente de Paraguay
El Partido Colorado, el dinosaurio del Paraguay, ganó una vez más las elecciones. ¿Qué lecciones se pueden sacar de la última contienda electoral en la región?
América Latina volvió a las urnas. Paraguay eligió presidente y finalmente será Santiago Peña quien asuma ese rol el próximo agosto. Así lo decidió casi el 43% de las y los electores que el pasado 30 de abril salieron a votar en una elección cuya participación superó el 63%, de acuerdo a observadores internacionales.
Sin embargo, a pesar de la diferencia de puntos que obtuvo con la segunda y tercera fuerza, nada promete una transición ordenada. Es que el partido que gobernó durante casi 75 años –una dictadura mediante- tiene lógicamente más de un adversario pretendiendo disputar esa hegemonía.
Así surgieron las denuncias de fraude que hasta el momento no encontraron respaldo en pruebas contundentes pero que sirvieron para movilizar a la población. Esto ha desembocado en cierto caos en las calles, alrededor de 80 personas detenidas a la hora de publicar esta nota, incluido el líder “antisistema” que algunos comparan con Milei, Payo Cubas.
En esta nota hablamos sobre lo que se viene en Paraguay, las similitudes con otras contiendas electorales en la región y el momento que atraviesa el sistema de partidos políticos tradicionales.
¿Una cara nueva?
Santiago Peña será el nuevo presidente del Paraguay. De todas las cosas que podrían darnos una idea de quién gobernará los destinos de ese país, quizá el dato de que trabajó para el Fondo Monetario Internacional (FMI) sea de los más interesantes. Sin embargo, también fue parte del directorio del Banco Central de Paraguay, ministro de Hacienda, director de un banco privado y por tanto lo ubican más que nada como un tecnócrata.
Aunque viene a representar a una fuerza política centenaria, parece que su discurso de renovación del partido terminó permeando en la sociedad que confió en él su voto. Es que este economista conservador de 44 años apeló a su juventud para demostrar que por más años que lleve el Partido Colorado en el poder, hay lugar para el cambio. Buscó de hecho esquivar los dardos sobre la necesidad de alternancia resaltando que aunque miembros del mismo partido, él no pertenece a la línea del actual presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez. No tenemos desde Argentina la autoridad moral como para discutir que, en efecto, dentro de un mismo partido pueden coexistir diferencias abismales. Sólo el tiempo dirá si Peña estaba en lo cierto.
En cualquier caso, Santiago Peña no es ninguna cara nueva. Tiene en su haber un vínculo con un personaje por lo menos controvertido del Paraguay: fue ministro de Hacienda del ex presidente Horacio Cartes y se convirtió en su delfín político. Este dato fue probablemente el más espinoso para la campaña de Santiago Peña.
Horacio Cartes es hoy el líder del Partido Colorado, aunque parte de su propia fuerza se le oponga. El empresario multimillonario -apodado por algunes como el “Pablo Escobar paraguayo”– gobernó Paraguay entre 2013 y 2018 e intentó sin éxito reformar la Constitución para ser reelecto. Su carrera política estuvo manchada por denuncias de corrupción y vinculos con el terrorismo. Específicamente, el gobierno de Estados Unidos lo acusó de sobornar a distintos funcionarios, acuñar su fortuna de manera ilícita y responder a un patrón de corrupción sistemática para lograr sus fines políticos.
Al mismo tiempo Washington denuncia que el expresidente tendría vinculos con Hezbolá, el grupo militante islamista basado en el Líbano que algunos países consideran terrorista.
No fueron acusaciones al aire: el país norteamericano decidió sancionar a Cartes de la mano de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro. Así, no sólo se le impidió al expresidente usar el sistema financiero de Estados Unidos, sino que también fueron por cuatro de sus empresas. Aunque Cartes ha negado las acusaciones en su contra, estas sanciones lo obligaron a disolver su grupo empresarial y terminaron impactando incluso en su propio partido: con una banca que no estaba dispuesta a concederles créditos, se ponía en riesgo todas candidaturas del partido en estas elecciones.
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Todavía resta entender -y aquí se suscitan varias hipótesis- por qué existió tanto interés de parte de Estados Unidos en entrometerse en una cuestión que pareciera tener que ver más con la política interna de Paraguay que con otra cosa. Sin embargo, con todo este escándalo en puerta y aunque durante la campaña uno de los líderes de la oposición calificara a Peña como el “secretario” de Cartes y se reprodujera entre algunos sectores la idea de que de ganar no sería más que un títere del expresidente, esas especulaciones no eclipsaron el resultado. Peña no se ha despegado de la figura de Cartes pero para traer un poco de tranquilidad ha asegurado que en caso de que Estados Unidos pida su extradición, no interferirá en ese procedimiento.
Ha prometido también crear 500.000 puestos de trabajo, reducir los precios del combustible y la energía y sacar más policías a la calle. Quiere lograr un gobierno más eficiente, mantener bajos impuestos y atraer al mundo empresarial. Con un libro en blanco y la voluntad de reactivar la economía, Santiago Peña será el encargado de escribir la historia de Paraguay en el corto plazo.
Un cóctel de dinosaurios y outsiders
Al Partido Colorado -o Asociación Nacional Republicana como se denomina formalmente- le fue bastante bien en estas elecciones: no sólo seguirán al mando del Ejecutivo sino que conquistaron una mayoría en el Congreso y ganaron además 15 de las 17 gobernaciones. ¿Cómo se explica la hegemonía de este partido contra viento y marea?
El Partido Colorado, de tinte conservador, fue fundado en 1887 y ha gobernado Paraguay desde 1947, sólo interrumpido por el periodo presidido por Fernando Lugo y Federico Franco. El ex obispo ganó las elecciones del 2008 al frente de una coalición opositora y fue destituido cuatro años más tarde por obra y gracia de un controvertido juicio político.
El lawfare fue una de las últimas estrategias del Partido Colorado, que ha sido acusado desde hace décadas de ganar elecciones gracias a la proscripción de otros partidos, el fraude o la compra de votos en zonas rurales y la periferia de Asunción. Sus más de siete décadas en el poder incluyeron la dictadura de Alfredo Stroessner, un general afiliado al partido que gobernó Paraguay durante 35 años entre 1954 y 1989 y trajo consigo tortura y desaparición de personas.
Aunque pareciera entonces un enigma que esta fuerza política haya perdurado tanto en el tiempo dadas las condiciones de su ejercicio del poder, quienes lo defienden se escudan en los logros de sus gobiernos. Al mismo tiempo, el presidente electo manifestó que alrededor del 55% del electorado nacional está registrado dentro del Partido Colorado. Esto no es casual. Muchos en Paraguay aseguran que con tanta trayectoria sobre sus espaldas, a lo largo del tiempo los límites entre el Estado y el partido comenzaron a desfigurarse. La posibilidad de un empleo público, la necesidad de asistencia, cualquier cosa venía de la mano de la afiliación al partido y esa pertenencia se terminó transmitiendo de generación en generación.
A esta historia, sin embargo, no le han faltado voces que se levantaran en contra del status quo. Efraín Alegre, presidente del Partido Liberal Radical Auténtico y ex ministro de Lugo, obtuvo el 27 % de los votos en esta elección. El panorama no es alentador: esta era la tercera vez que Efraín presentaba su candidatura, pero la diferencia de votos con la primera fuerza fue ahora significativa. Representaba, además, a una coalición amplia que incluía movimientos de centro derecha e izquierda.
El tercero más votado fue también el que se llevó la mirada de las cámaras. A estas alturas parece que a todo periodo electoral le hace falta un outsider y aquí ese fue Paraguayo “Payo” Cubas. El líder de extrema derecha, fundador del Partido Cruzada Nacional (PCN) en 2018, fue respaldado por un 22% de la población. Se trata de un ex senador que fue de hecho expulsado por mal comportamiento -algo que de alguna manera refuerza su postura de “lucha contra el sistema”-. Payo ha sido protagonista de episodios virales como tirarle agua en la cara a otro legislador o incluso ser detenido porque, mientras declaraba en una causa en su contra, se bajó los pantalones y le defecó la oficina al juez.
Mucho analista local lo ha comparado con Milei. Lo cierto es que si bien todos estos líderes comparten en lo discursivo una esencia “antisistema”, mal haríamos en agruparlos en una sola bolsa. A diferencia de Milei, obsesionado con una “casta” de la que forma parte y atento a las necesidades del establishment económico, Payo sí puede jactarse un poco más de ser un candidato del pueblo, que ha caminado las calles sin confraternizar demasiado con la oligarquía paraguaya. No lo apoyan grandes cadenas de televisión, su mejor arma fue Tik Tok. Tal como afirma Lorena Soler, docente e investigadora de CONICET, UBA y IEALC, en lugar de pensar a los impuestos como “un robo” y subirse a la misma retórica neoliberal de Milei por ejemplo, Cubas quiere impuestos a la renta de actividades agropecuarias y un gravamen a la exportación de commodities.
Payo Cubas hizo una buena elección y quedó tercero, cerca de la segunda fuerza. Después de los comicios denunció que hubo fraude electoral y llamó a salir a las calles. Esto terminó con movilizaciones y un intento de invadir el edificio del Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE), corte de calles, enfrentamientos con la policía. Entre los detenidos se encuentra el mismísimo Payo, que enfrenta los cargos de “perturbación de la paz pública, amenaza de hechos punibles, tentativa de impedimento de las elecciones, tentativa de coacción a órganos constitucionales y resistencia”. Efraín Alegre, el candidato principal de la oposición, ha llamado también a la movilización de sus seguidores -a pesar de que ya había reconocido los resultados de la elección- y ha pedido por la liberación de Paraguayo Cubas y los ciudadanos presos.
Más allá de lo que denuncian los candidatos, el informe preliminar de la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea (MOE UE) detalla que la jornada de votación no tuvo mayores incidentes por fuera de un par de casos concretos de compra de votos y el «abuso del voto asistido” en algunos centros de votación. En ese sentido, se clarificó que desde la Misión no pueden asegurar que haya habido fraude y que el proceso de votación se vivió de manera transparente.
Desde el Tribunal Superior de Justicia Electoral no sólo defienden la ejecución de los últimos comicios sino que además ordenaron la transmisión a través de redes sociales del cómputo de las actas de escrutinio.
Los consensos que nos debemos
Desde la Argentina es importante no perder de vista lo que pasa con nuestros vecinos, por lo que eso puede implicar para la relaciones bilaterales, la integración regional y cualquier esfuerzo por liderar esos intentos. A eso hay que sumarle cuestiones más concretas como la gestión compartida de la generadora de energía eléctrica, la entidad binacional Yaciretá y el hecho de que alrededor de un millón de paraguayos y paraguayas viven en la Argentina. Pero también salir un poco del frasco nos permite dimensionar cuáles son las tendencias, dibujar patrones y entender dónde está parado nuestro país nada más y nada menos que en un año electoral.
Los resultados de los comicios electorales muestran, en primer lugar, que Paraguay se ha resistido a formar parte de cualquier posible viraje hacia la izquierda que viene experimentando la región. Ese mapa nos cuenta la historia de quiénes somos y quiénes podemos ser, por más que el candidato electo se pasee por todos los canales de televisión de países vecinos argumentando que hay que dejar de “ideologizar” las relaciones internacionales (spoiler alert: no hay nada neutral en esos que se creen neutrales y es frecuentemente el disfraz que más le gusta a la derecha).
Al mismo tiempo, el triunfo de los colorados permite repensar el status de los movimientos políticos en un momento en el que abunda la crisis en los partidos tradicionales. En una entrevista con CNN en Español, Santiago Peña recalcaba tras ser electo que su lugar como alguien que viene a innovar dentro de un partido centenario “va en detrimento de los movimientos emergentes”. Eso, a su parecer, implica “una consolidación del modelo de partidos políticos contra estructuras de movimientos que quieren destruir a los partidos políticos”. Ya vimos que la historia del Partido Colorado es bastante excepcional. Sin embargo, la pregunta sigue siendo legítima: ¿qué espacio tienen los partidos tradicionales hoy?, ¿lo han perdido todo?, ¿tienen con qué hacerle frente a las propuestas reaccionarias? ¿a los modelos de cartón que se jactan de no tener un pasado vinculado a la política?
Los outsiders se han vuelto más comunes que nunca en las elecciones recientes a lo largo y ancho del continente. No siempre han llegado al poder, pero sin dudas han logrado captar a buena parte de las sociedades latinoamericanas. Su emergencia no es otra cosa que la prueba de que claramente existe un descontento de los pueblos en relación a la manera en la que se ha conducido la política hasta ahora. La pregunta es cómo canalizamos ese descontento para que no se lleve puesta a nuestras democracias.
El caso de Payo evidencia además una vez más la irresponsabilidad con la que quienes pierden manosean la palabra fraude, el peligro que eso representa para la gobernabilidad del presidente electo y la estabilidad de un país. Ya hemos visto cómo, si no se trata con cuidado, eso conduce a un caos generalizado que puede desembocar en situaciones como la toma del Capitolio en Estados Unidos, que después vimos también reflejada en Brasil con la reacción de les bolsonaristas al triunfo de Lula.
Por supuesto que Paraguay tiene su propia historia, su legado de la dictadura, los resabios de años de prácticas clientelares. La discusión sobre cómo cerrar esas heridas le pertenece a ese país y no a otro. También el límite hasta el que pretende tolerar ciertas irregularidades o no antes de considerarlas un intento sistemático de fraude.
En medio de la desconfianza hacia las instituciones que un poco se reproduce en el mundo entero, de la vergüenza de los contrastes entre quienes lo tienen todo y quienes no tienen nada, se encuentra la urgencia de un horizonte común. Ya va siendo hora de pensar cómo reformular los consensos que nos debemos.