Muerte cruzada en Ecuador
Guillermo Lasso se deshizo de la Asamblea Nacional en medio del juicio político en su contra y ahora deberá dejar él también la presidencia. Todo listo en Ecuador para las elecciones anticipadas.
Justo antes de que se decidiera el destino político de Guillermo Lasso, el presidente de Ecuador que enfrentaba un juicio político por malversación de fondos públicos, el país vivió un dramático giro argumental. Lasso sacó la carta fatal, la última que le quedaba: la “muerte cruzada”. Se trata de un mecanismo previsto en la Constitución ecuatoriana que le permite al presidente disolver el Congreso, a condición de que se convoque también a elecciones presidenciales en el corto plazo. Cortando su mandato a la mitad, Lasso prefirió inmolarse, terminar su tiempo como presidente antes que enfrentar las consecuencias del juicio político en su contra. No por nada Latinoamérica ha sido cuna de grandes telenovelas.
El pasado 17 de mayo, la Asamblea Nacional de Ecuador amaneció toda custodiada por militares y policías. Quienes el día anterior ejercían como representantes del pueblo en el Poder Legislativo, de la noche a la mañana se habían convertido en ciudadanos comunes. Horas antes estos mismos hombres y mujeres escuchaban a un Guillermo Lasso sentado en el banquillo de los acusados en el marco del juicio político que podría haberlo destituido. Pero la historia no lo quiso así y el mandatario en cambio decidió ponerle un fin abrupto al proceso en su contra, convirtiéndose en el primer presidente del Ecuador en disolver el Parlamento.
El juicio que no fue
Guillermo Lasso había sido acusado de «peculado», que básicamente implica la malversación de fondos públicos. La oposición argumentaba que Lasso tenía conocimiento de actos ilícitos que tuvieron lugar en el marco de los contratos de transporte del petróleo y que no tomó ninguna acción a pesar del perjuicio que esto representaba para el Estado ecuatoriano. El presidente negó todas las acusaciones en lo que llamó un intento de la Asamblea por «desestabilizar» su gobierno.
De cualquier manera, 88 legisladores alzaron la mano para darle luz verde al proceso de juicio político contra el presidente. Destituirlo requería ahora el voto afirmativo de las dos terceras partes de la cámara, compuesta por 137 diputados, es decir un mínimo de 92 votos. En esa diferencia de cuatro votos se jugaba el futuro político de Ecuador, pero Lasso decidió cambiar el juego.
La «muerte cruzada» es tal porque implica que el presidente tiene la facultad de disolver la Asamblea Nacional pero al mismo tiempo está obligado a convocar elecciones presidenciales en seis meses. “Esta es la mejor decisión para darle una salida constitucional a la crisis política y conmoción interna que soporta el Ecuador y devolver al pueblo ecuatoriano el poder de decidir su futuro”, decía Lasso anunciando que efectivamente estaba disolviendo el Congreso. Sus palabras no fueron casuales. Es que para invocar el artículo 148 de la Constitución que habilita este recurso, se necesitaba una de las tres causales allí previstas, entre ellas, una “grave crisis política y conmoción interna”.
“Lo que Lasso hace es ilegal. Obviamente no hay ninguna «conmoción interna». Tan solo no pudo comprar suficientes asambleístas para salvarse”, escribió tras conocerse la noticia Rafael Correa, ex presidente y líder del principal partido de oposición que lideraba la Asamblea ahora disuelta. Sin embargo, lo que pasó es una gran oportunidad para Correa y el movimiento que preside, y así lo ha encarado en lugar de hacer mucho ruido por las condiciones polémicas bajo las cuales Lasso invocó este recurso.
Así las cosas, Ecuador volverá a elegir presidente y representantes de la Asamblea el próximo 20 de agosto. Aquellos/as que sean electos/as gobernarán sólo hasta el 2025, cuando debían concluir sus mandatos quienes ahora se van. Hasta que aparezcan nuevos nombres, sin embargo, Guillermo Lasso podrá gobernar a través de decretos-ley. Durante los próximos seis meses, el presidente saliente tendrá un campo abierto para hacer y deshacer a gusto y piacere, aunque con cierto control de la Corte Constitucional. Por su parte, Correa ya anunció quién se presenta por el espacio de ellos.
Nadie escucha
Aunque la noticia de que un gobernante de derecha decidió deshacerse del Congreso de su país parece generar menos repercusión que cuando lo hace uno de izquierda, lo cierto es que Guillermo Lasso actuó en el marco de lo dictado por la Constitución de su país. Al menos en términos de que es en efecto una atribución del presidente disolver el Poder Legislativo. De ahí en más podríamos debatir si existía una «grave crisis política y conmoción interna» que ameritara tal decisión: salvarse de un juicio político en su contra no pareciera ser necesariamente el caso. Una discusión más amplia podría incluso ahondar en si el mecanismo es o no beneficioso para la salud del sistema democrático y el balance de poderes, -un mecanismo que, irónicamente, fue introducido en la Constitución de 2008, bajo el gobierno de Correa-.
Pero Guillermo Lasso fue más allá: no sólo hizo uso de un recurso polémico en el marco de un juicio político en curso, sino que además recomendó a los presidentes venideros recurrir a la muerte cruzada si se enfrentaran a una situación similar. Tamaña irresponsabilidad la de subestimar lo que una decisión así puede causarle al país, pretender volver recurrente aquello que no debiera ocurrir, revestir de normalidad su propio acto de salvarse el pellejo. Será que a Lasso más le importa su reputación que los destinos del Ecuador. Será que la presidencia fue para este ex-banquero más una aventura que una vocación.
Lo que pasó en Ecuador, el intento de disolver el Congreso de Pedro Castillo en Perú que terminó con el presidente preso y las calles incendiadas, las perspectivas electorales en Argentina, aunque hijas de contextos distintos, todas evidencian una realidad que no puede seguir menospreciándose: existe una crisis de representación en nuestros pueblos. Es cierto que la pandemia arrasó con los oficialismos, que la guerra en Ucrania agravó la situación económica de países que ya estaban atando las cosas con alambre. Pero la política no parece estar encontrando el norte, obsesionada con resolver disputas muy lejos de donde la gente busca sobrevivir.
El suicidio político de Lasso podrá acaparar las tapas de los diarios, despertar la esperanza de la oposición, pero aleja al pueblo aún más de la idea de que la política es una herramienta de transformación. La fatiga es hermana del desencanto en un Ecuador que necesita hoy más que nunca encontrar nuevas formas de afrontar la creciente violencia en las calles y la presencia de grupos narcotraficantes, además de las preocupaciones de siempre. La inestabilidad en el país no es nueva: aunque los votos no alcanzaron, a Guillermo Lasso la Asamblea Nacional ya había intentado destituirlo sin éxito cuando el año pasado el movimiento indígena salió a las calles por varios días en el marco de las protestas por el precio de los combustibles.
Por eso el escenario parece ser ahora favorable para las y los correístas, que se encuentran ante la posibilidad de unas elecciones anticipadas. El descontento generalizado podría darles la llave para volver a ocupar el sillón presidencial, luego de que ya lograran buenos resultados en las últimas elecciones regionales. Habrá que prestar atención a cualquier abuso de poder que pudiese venir por parte de Lasso en estos últimos meses que gobernará sin control de una Asamblea y esperar que quienes sean electos y electas sepan interpretar el sentir popular y actuar en consecuencia.