Historias de trabajadores de la economía popular: cuando la solidaridad te salva
Para este 1 de mayo, Día del Trabajador, desde La Mecha salimos a buscar testimonios de quienes la pelean día a día para llevar al pan a sus casas.
Fotos y videos: Lucas Rico
Producción: Bianca Piacentini
Muchos dicen que estamos viviendo una de las crisis económicas más grandes de nuestra historia. Las recetas macroeconómicas de ajuste y recesión están excluyendo a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. Esto no es nada nuevo, el paradigma del “sálvese quien pueda” está más vigente que nunca. Obligados a ganarse el pan de cada día, los expulsados del sistema formal de trabajo se las rebuscan para hacerle frente a esta difícil situación.
Para este día del trabajador –uno muy particular, ya que el contexto es crítico-, desde La Mecha salimos a la Feria Agroproductiva de Rawson a buscar testimonios de productores/as y artesanos/as que, bajo estas difíciles condiciones, le ponen el pecho a la crisis. La idea era una nota de color, y quizás lo siga siendo. Al charlar con estos trabajadores de la economía popular y solidaria, van apareciendo algunas cosas que son imposibles de obviar. Una de ellas, que salió en la mayoría de los casos, es que hay una edad en la que el mercado formal de trabajo –el trabajo en blanco sobre todo- te expulsa, te obliga a buscarle la vuelta.
Este testimonio es de Griselda Garbo. Madre de cuatro, ama de casa desde joven, se dedica a la marroquinería desde hace dos años y medio, aunque aprendió a coser desde pequeña –le enseñaron su abuela y su madre- con una máquina a pedal. Con el tiempo, empezó a coser con otro tipo de máquinas y hoy tiene una de tipo industrial. Trabaja en tela, jean, sintéticos. Hace unos bolsos hermosos. Hace lo que ama, sí, pero lo tiene que hacer para poder sobrevivir. Volveremos sobre ella más adelante en la nota.
¿Qué es la economía popular y qué es la economía solidaria?
Muchas veces escuchamos hablar de economía social, solidaria y popular. Los límites entre estas definiciones muchas veces son difusos y en esta nota nos enfocaremos en las últimas dos. La popular es la de trabajadores, dependientes o autónomos, que viven o buscan vivir de su trabajo. Es la economía de sus familias, comunidades, asociaciones, organizaciones y redes de cooperación o ayuda mutua, formales o informales.
Dependen, fundamentalmente, de la continua realización y desarrollo de su propia fuerza de trabajo, para sobrevivir y sostener proyectos colectivos de vida digna. Su unidad primaria de organización suele ser la unidad doméstica (familia o comunidad). No se reduce a una economía de “pobres”, sino que es la principal base de una economía solidaria, con sentido opuesto a la economía competitiva del capital.
De manera similar y a modo de definición, la economía solidaria se refiere a las formas de organización y relaciones económicas donde predominan la complementariedad, la reciprocidad, la justicia distributiva, el reconocimiento del otro, sus valores, sus características diferenciales, sus modos de ser y sus necesidades.
Las prácticas económicas acá están orientadas no sólo por intereses materiales sino por valores morales. La solidaridad mutua genera comportamientos distintos a los valores del individualismo competitivo extremo.
Las dos juntas, entonces, apuntan a las organizaciones, redes, asociaciones de emprendimientos mercantiles y no mercantiles de la economía popular, que están encastradas socialmente por una diversidad de relaciones de solidaridad.
Ahora sí, a las historias…
Ama de casa y costurera, demasiado joven para jubilarse y demasiado “vieja” para un trabajo formal
Algo hablamos de ella antes. Sobre el final de nuestra entrevista, Griselda se suelta un poco más y cuenta: “En estos momentos no hay sueldo que alcance, siempre queda un vacío que pagar, algo pendiente, pero el solo hecho de poder salir y ganarse ese peso…”. Griselda enmudece. Se emociona. Se quiebra. Nos cuenta, entre lágrimas que esto es muy fuerte para ella. Toda su vida siendo ama de casa, se casó de muy joven, no pudo estudiar en la Universidad por ser esposa y mamá. Fue abanderada en la escuela y lo dice llorando. Ahora produce y vende lo que sabe hacer. Se siente realizada, se siente valorada. Para ella, esto no tiene precio.
Griselda Garbo es emprendedora dedicada a la marroquinería (link al enlace de su Instagram). Se levanta muy temprano y comienza a coser. Reconoce que le cuesta dormir a las noches, y que si se despierta a las 4 o 5 de la mañana, directamente se sienta en la máquina a producir. También realiza quehaceres domésticos “como toda ama de casa”, los va intercalando con su costura. Trabaja de manera seriada: un día se dedica a cortar, al día siguiente va armando y al otro día ya termina la producción. Su taller está en su casa, en la habitación que era de su hijo menor, y ya casi que está ocupando el comedor. “Quienes conocen de esto saben que nos empezamos a desplazar y las casas nos quedan chicas”, contó.
Para un emprendimiento como el de Griselda, los insumos son un verdadero problema. “Lamentablemente no tengo los medios económicos para comprar material en cantidad, entonces cuando voy a comprar el material, me sale el mismo precio si compro un metro como si comprara diez metros. Muchas veces por eso los costos a nosotros se nos encarecen, por no tener los medios económicos para poder comprar en cantidad”.
Cuando llega la hora de vender, lo hace en la Feria de la Pulgas, los sábados y domingos. Es su lugar fijo, pero también acepta cuando la invitan a otras ferias, como en este caso, la Agroproductiva de Rawson.
La situación está difícil –no queremos ser redundantes, pero nadie puede obviar el tema-. Griselda afirma que si bien “todos sabemos hacer algo”, ahora la necesidad lleva a las personas a tener que producir para vender y así tener una entrada extra, o, “muchas veces, la única entrada”.
Es importante el trabajo en conjunto con otros artesanos. Destaca las redes y los lazos de solidaridad que se tejen entre productores y artesanos. “Es mucha la solidaridad entre artesanos, muchísima”, sostiene.
Por esto, destaca que estos vínculos humanos son muy importantes. “Muchas veces nos encontramos acá y a lo mejor en dos o tres meses nos encontramos en otra feria, entonces es como que ya nos vamos habituando de vernos, nos saludamos. Tenemos números de teléfono unos del otro. Nos vamos comunicando entre nosotros, pero sí, entre artesanos manualistas, existe mucha solidaridad”.
Trabajar para seguir viviendo
Cuando nos acercamos al puesto de embutidos de Miguel Ángel Aguirre a consultarle si lo podíamos entrevistar, nos dijo que “no” porque le había dado un ACV hacía un año y que no estaba bien. Nos quedamos charlando y lo vimos muy bien. De verdad. Es como muchas veces dicen, el trabajo te mantiene vivo. Todo lo que él nos dijo, que no estaba bien, que le costaba hablar, que le costaba acordarse de cosas, no se notaba para nada. Se lo dijimos y, con una sonrisa, accedió a la entrevista para La Mecha.
Miguel Ángel trabaja en una fábrica familiar donde hace embutidos caseros. Sus salames y arrollados son exquisitos. Los fines de semana vende en la plaza de Villa Krause y también en el Jardín de los Poetas. Hace más de 20 años comenzó con su familia este emprendimiento y pudo crecer gracias a una pequeña fábrica que le dio el Gobierno.“Nos ayudaron en la otra Gobernación”, aclara, como si no fuera una obviedad.
Las ventas no vienen siendo muy prósperas, lo reconoce. “Hoy han sido más o menos normal, no como nosotros queremos, pero algo se ha movido. Estamos casi a fin de mes y no hay dinero”, afirma.
Su problema de salud lo ha afectado. Uno desde afuera quizás no se da cuenta, pero él lo tiene muy presente. “Mis hijos han colaborado mucho conmigo”, insiste. Le quedan apenas dos años para obtener una jubilación. “Tengo que seguir hasta los 65 que me han dicho que me voy a jubilar, así que hasta esa edad voy a trabajar. Y ya después no sé”.
Las ferias son su lugar. Miguel Ángel habla sobre la buena relación que tiene con el resto de feriantes. “Somos un grupo que estamos muy bien relacionados, nos llevamos muy bien. Tenemos buen contacto”. De hecho, a un par de puestos de distancia hay otros colegas suyos que venden salames. Cuando le preguntamos cómo es su relación con ellos, nos cuenta que se llevan bien y que trabajan los mismos precios. “Nos ponemos de acuerdo con los precios y no hay malos entendidos, no hay competencia”, reafirma.
Reconoce que en este último tiempo mucha gente se ha sumado a las ferias a ofrecer sus productos: “Debe ser por la situación económica. No sé cómo será esto, pero hay quienes se quieren anotar en la feria y ya no hay más lugar. Ya está todo lleno en la plaza”.
Por último, nos cuenta que trabaja en su fábrica de lunes a miércoles produciendo y que después deja estacionar los salames unas dos semanas. Mientras tanto, aprovecha los fines de semana para vender junto a su esposa, quien lo acompaña desde toda una vida.
El matrimonio, la unidad doméstica de trabajo que te salva
Siguiendo con la tónica de los matrimonios de laburantes que la salen a pelear todos los días, llegamos al caso de Adriana Ontiveros y su marido. Ella tiene su emprendimiento de dulces y frutos secos –Dulces de Casa-, mientras que él es apicultor –Don Silveiro-, trabaja con la miel y entre ambos venden sus producciones a las que le agregan salsa de tomate casera. De hecho, todo es casero: cebollas en escabeche, aceitunas, y así le van sumando cosas. “Siempre sumando porque si no te sale una cosa, te sale la otra”.
Los agarramos con lo justo, porque el flete los estaba esperando para guardar las cosas. “A la tarde volvemos, pero estamos del otro lado de la plaza”, nos aclara Adriana, sugiriendo que volviéramos luego. Mientras su marido guardaba las producciones en cajas y nos miraba de reojo, le pedimos a ella que nos diera cinco minutos para entrevistarla. Terminó accediendo. Le preguntamos qué lugar significaba la producción de dulces en su vida.
La situación económica no ayuda, tal y como dijo Adriana, “sale un poco menos que en otras épocas”. Eso sí, todo depende de las fechas, no en todas, pero al menos algo se vende. “Tenés que llevar lo que el cliente te pide. Siempre hay que tratar de ver precios. Hoy en día, por ahí te van exigiendo cambios. En vez de 100 gramos, te piden 50, por el bolsillo”.
Ambos trabajan a toda hora para poder llegar a las ferias con toda su producción. “Se trabaja un montón con todo lo que hacemos, porque la verdad que nosotros a veces arrancamos las 8 de la mañana y por ahí son más de las 12 de la noche y estás preparando, haciendo más cosas. Sobre todo si al otro día tenés ferias”.
Terminamos rápido, tal como le prometimos. Le agradecimos a ella y a su marido. Ella tenía ganas de conversar, pero los tiempos apremiaban. Era domingo a las 13.30 y tenían que volver a las dos horas para seguir vendiendo.
15 familias organizadas para llevarte verduras frescas y sanas a tu mesa
En Pocito, en el Quinto Cuartel, hace más de diez años que Walter Gabriel Martínez se organiza con otros productores de verduras para conformar un bolsón de diez productos que luego venden en las ferias. Cuando le preguntamos por qué vende así y no se pone una verdulería en su casa, Walter nos habla del concepto de precio justo: “Elijo vender en ferias porque vendo un poquito más, a un precio más justo para nosotros y para nuestros productores y también un precio más justo para la gente a la que le traemos verduras frescas”.
Así, afirma que la lechuga, la acelga, la beterava, el zapallito verde, el zapallo blanco, el inglés, entre otras verduras, son frescas, cortadas en la tarde anterior a la que se vende. “En la verdulería te tenés que encarecer un poco más, te venden verdura de dos o tres días, en cambio en la feria vendés verduras frescas cortadas de chacra que cortas en la tarde y al otro día la estás vendiendo. Una verdura fresca. La gente se va contenta y a un precio menor que en la verdulería”.
Walter es conocido desde hace muchísimos años. Es un referente en esto de vender los bolsones de verdura ya armados. Se lleva muy bien con los demás feriantes y productores y siempre propicia la asociación entre ellos para que a todos les vaya mejor.
Eso sí, nos aclara que a los demás productores que optaron por la venta del bolsón les pide que mantengan la calidad de sus verduras. “El cliente confía en que todos los productos del bolsón son de buena calidad. Si alguna vez cuando abre la bolsa tiene verdura mala, después no te compra más”. Walter afirma que esto puede perjudicarlos a todos los que venden bajo el mismo formato del bolsón.
La situación económica influye. Para él “se está consumiendo un poco menos, sí, o sea que los precios están como en todas las cosas, un poco elevados, altos”. Por eso, el cliente “cuida un poco más el bolsillo”. Lo que se vende mucho son las cosas que comen en el día a día.
Ha visto en el último tiempo muchos productores que se suman a las ferias. “La gente está buscando una moneda más, que le alcance a muchos emprendedores. Están en la misma que todos, estamos con la plata justa. Entonces es una salida más para nuestros bolsillos”.
El trabajo de productor de verduras tiene sus complejidades. “Te vas de acá y tenés que ir a echarle agua a la chacra, por ahí te toca a las 3 de la mañana y si no la usás se te secan las cosas. Es un trabajo muy sacrificado”, insiste. Walter termina con una célebre frase: “El que no trabaja, no triunfa”. Él sabe que “está malo para todos, pero hay que ponerle pilas y tratar de salir adelante”.