Rusia-Ucrania: a un año de la guerra favorita del mundo
Este 24 de febrero se cumple un año desde que la Rusia de Putin invadió Ucrania. Hablamos de cómo empezó el conflicto, dónde está hoy y el lugar de América Latina.
Viernes 24 de febrero de 2023 – 18:33hs
Todavía resuenan las palabras del presidente ruso Vladimir Putin de aquel 24 de febrero: “He decidido llevar a cabo una operación militar especial”. Así, con ese eufemismo, daba inicio a la guerra que ha desplazado a más de 13 millones de ucranianos y ucranianas, que potenció una crisis económica global en un mundo ya golpeado por los efectos del COVID-19 y que ha revivido peligrosamente el riesgo de un enfrentamiento nuclear.
Nunca sabremos bien del todo si esa era la intención, pero lo que empezó como una guerra relámpago por parte de Rusia, se topó con una feroz resistencia ucraniana, auxiliada, claro está, por los miles y miles de dólares y armamento de Occidente. Esto exigió de Rusia una retirada de algunas de sus conquistas primeras, como las ciudades de Járkiv o Jersón. Eso sí: aunque a esta parte del mundo parecieran sólo llegar las noticias de una Rusia en decadencia, la verdad es que ambas partes del conflicto han avanzado y retrocedido, las sanciones al país de Putin no han hecho el daño que se esperaba y esta guerra está lejos de acabarse.
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Por eso, en este artículo osaremos dibujar un mapa de la situación a pesar de que las dinámicas de poder actuales –vinculadas a la geopolítica pero también a las lógicas mediáticas- impidan una mirada acabada sobre lo que realmente está sucediendo en el terreno. Sólo el tiempo nos dirá cuánto había de verdad en las hipótesis que tantos hoy eligen trazar.
Cómo empezó todo
Aunque marcar el inicio de algo cuando hablamos de historia no puede no adjudicarse lisa y llanamente a la subjetividad, por algún lado tenemos que arrancar. Podríamos, por ejemplo, pensar que en algún momento Ucrania y Rusia fueron parte de una misma cosa. Ambas pertenecieron a la Unión Soviética y guardan una tormentosa relación de muchos años. Hay formas de sentir y pensar marcadas por cicatrices históricas. Basta nombrar, por ejemplo, que a principios de la década del 30, millones de ucranianos y ucranianas murieron de hambre durante la colectivización forzosa de las granjas de Stalin: ¿cómo no crecer entonces con cierto resentimiento hacia Moscú?
Ya lo sabemos, la URSS se disuelve en 1991 y Ucrania gana entonces su independencia. Rusia y Ucrania son ahora dos países separados, o eso quisiera uno creer. Es que desde el principio Rusia no vio con buenos ojos los coqueteos de Ucrania con la Unión Europea. Ucrania misma se dividió ante el planteo y en 2014 lo que empezó en Kiev (capital de Ucrania) como una protesta estudiantil para retomar el diálogo con la Unión Europea, se convirtió luego en una revolución que derrocó al gobierno de Víktor Yanukovich, aliado de Rusia. En medio de ese caos, Rusia aprovechó para anexionar la península ucraniana de Crimea. A su vez, lo que estaba sucediendo en el país provocó una contrarrevolución en la región oriental de Ucrania llamada Donbás. Allí, las ciudades de Donetsk y Lugansk comenzaron a organizarse como repúblicas separatistas de la mano de grupos pro-rusos. Es que estas regiones son, en efecto, étnicamente y culturalmente rusas. Estos grupos han chocado con el ejército ucraniano desde el 2014, dejando un saldo de al menos 14 mil muertos antes de que empezara la guerra entre Rusia y Ucrania.
Entonces, ¿era todo agua calma en Ucrania antes de que llegara Rusia? No, había un conflicto interno. Después de meses de tensión en que Rusia intensificó la movilización de tropas en la frontera y realizó ejercicios militares junto a Bielorrusia (país también fronterizo con Ucrania), Putin anunció en febrero de 2022 la invasión a Ucrania bajo el pretexto de salvaguardar la seguridad de la población rusa que se encontraba allí. Específicamente, los objetivos de la “operación militar especial” eran la desmilitarización de Ucrania y su “desnazificación” –en referencia a los grupos de extrema derecha que luchan junto al ejército regular ucraniano-.
Sabemos, sin embargo, que esta invasión y la obsesión de Rusia con el acercamiento de Ucrania a Europa mucho tenía (y tiene) que ver con el riesgo existencial que supone para Rusia que Ucrania se una a la OTAN, la alianza militar entre países de Europa y Norteamérica que busca “garantizar la libertad y la seguridad de sus países miembros”.
Aunque muchos se apuran en señalar la supuesta paranoia de Rusia, la expansión que viene teniendo la OTAN hacia el este y la potencial inclusión de Ucrania significa, por un lado, la posibilidad de tener bases militares de potencias enemigas a las puertas de su casa (*vayan a preguntarle a Kennedy si le gustó la idea de tener bases rusas en Cuba en los ‘60) y por otro lado, la activación del artículo 5 del Tratado de la OTAN. Este establece el principio de que un ataque a un miembro de la OTAN equivale a un ataque a todas las naciones de la organización y, por lo tanto, amerita una respuesta conjunta. Justamente porque este no es todavía el caso, la OTAN ha sido muy cuidadosa en no intervenir directamente en el conflicto (lo que sí podría llevar a la famosa tercera guerra mundial de la que todes hablan), y en cambio prefirió limitarse a enviar dinero y armamento –no así tropas- a Ucrania e imponer sanciones a Rusia.
Así, mientras el accionar de Putin puede entenderse desde la geopolítica, no puede en cambio justificarse legalmente desde el derecho internacional la invasión a un país soberano. Como tal, Ucrania tenía derecho a cualquier tipo de alianza, incluso a sumergirse en el proceso de adhesión a la OTAN. De hecho, su insistencia en hacerlo tenía que ver, en parte, justamente con percibir a Rusia como una amenaza, sobre todo después de que ocupara Crimea en 2014. El problema es que una decisión como esta no viene sin consecuencias, más allá de lo que consideremos justo o injusto.
Lejos del final
¿Dónde estamos hoy? Ronda las oficinas de los medios de comunicación occidentales la idea de que Rusia está perdiendo, de que es sólo cuestión de tiempo. Sin embargo, vemos avances y retrocesos de ambos bandos. La BBC elaboró una serie de mapas que muestra las posiciones a lo largo del tiempo de acuerdo a los datos del Instituto para el Estudio de la Guerra –una organización con base en los Estados Unidos.
El mapa de febrero de 2022 registra la situación previa al inicio de la invasión, mostrando en color amarillo la península de Crimea anexionada en 2014 y los territorios del Donbás controlados por las fuerzas separatistas pro-rusas. Ya en marzo de 2022 vemos el avance ruso en el sur, oeste y norte de Ucrania, con chispas en la capital, Kiev. Pero si aceleramos y llegamos a la situación actual, podemos dimensionar el cambio de estrategia de Rusia. Aunque al principio dio la impresión de querer abarcar buena parte del territorio ucraniano, la verdad es que los mapas nos muestran que meses después debió volver a concentrarse en el este y buscó consolidar su poder en el Donbás, donde al anexionar nuevos territorios, pudo construir un puente terrestre desde su frontera hasta Crimea. La contraofensiva ucraniana, por su parte, recuperó algunos de los territorios que perdió en los primeros meses de invasión, lo que se puede apreciar en color violeta.
Sin embargo, a un año del comienzo formal de esta disputa, no se avizora una paz posible, no por ahora. Aunque hubo intentos en el pasado, oficialmente no hay en marcha ninguna negociación entre las partes. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, dijo recientemente en una entrevista que “cualquier compromiso territorial nos debilitaría como Estado«, descartando así estar dispuesto a renunciar a parte del territorio en un eventual acuerdo de paz. De todas maneras, hablar siquiera de un camino hacia ese acuerdo en este momento es casi una utopía: el presidente aseguró que no existe posibilidad de diálogo con Putin “porque no hay confianza”. Mientras tanto, Zelensky todavía aguarda por la llegada de las armas prometidas a principios de año por países como Alemania, Estados Unidos y Reino Unido. Habrá que estar atentos y atentas a esa ofensiva de primavera para ver si se registran cambios en el mapa. Es que para Ucrania, irónicamente, “las armas aceleran la paz, las armas son el único lenguaje que entiende Rusia«.
Por su parte, este martes el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se dirigió a su nación en un discurso en el que aseguró que Occidente es el verdadero “culpable” de la guerra y que Rusia está “usando la fuerza para detenerla«. Probablemente lo más problemático de sus palabras sea su consideración de que Ucrania es en realidad un “territorio histórico de Rusia” y que por lo tanto Rusia está “defendiendo su casa”. Esto suena bastante distinto a las razones que había esgrimido en ese primer discurso en el que anunciaba el inicio de la invasión. Acto seguido, el presidente anunció también la suspensión unilateral del acuerdo Nuevo Start, el tratado para el control y reducción de armas nucleares que había firmado con Estados Unidos en 2010. En ese sentido, Putin aseveró que Rusia “debe estar preparada para probar armas nucleares si Estados Unidos lo hace primero”.
Los ojos del mundo
Detrás de la tan romantizada defensa ucraniana hay algo más que valentía: dinero y armamento de Occidente, mucho. Estados Unidos es el principal proveedor, muy por encima de los países europeos, al punto de que algunos congresistas republicanos llegaron a presentar dudas sobre el costo que esta guerra está generando para su país. En ese marco, el Congreso estadounidense ya aprobó para este 2023 una suma similar a la que invirtió durante el primer año de guerra, unos US$45.000 millones en concepto de ayuda económica y militar para Ucrania.
Mientras tanto, una de las principales estrategias con las que el mundo está eligiendo hacer frente a la invasión de Ucrania son las sanciones económicas. Hay que tener en cuenta que Rusia encabeza la producción de gas y petróleo en el mundo, junto con Arabia Saudita y Estados Unidos. Como tal, su producción suministraba gran parte del consumo de la Unión Europea. En ese marco, la Unión decidió finalizar sus compras de petróleo ruso transportado por mar y prohibir los productos derivados del crudo de ese país. Además prometió reducir las importaciones de gas ruso en dos tercios. Similar medida tomó el Reino Unido. Estados Unidos, por su parte, aseguró que dejaría de importar petróleo ruso, congeló aproximadamente US$324.000 millones de las reservas de divisas del Banco Central de Rusia y bloqueó transferencias de tecnología vitales para la industria militar y la venta de algunos bienes y servicios. Cientos de empresas también dejaron de hacer negocios en Rusia.
Sin embargo, por ahora las sanciones no han sido devastadoras para Moscú. El nivel de dependencia que algunos países tenían de los productos rusos no permitió romper los lazos económicos de forma abrupta. Putin viene además preparándose para este escenario desde que le impusieron sanciones económicas por la anexión de Crimea en 2014, acumulando reservas de divisas, construyendo oleoductos, invirtiendo en tecnología. Pero lo más importante es que el país supo redireccionar sus exportaciones hacia Asia: en este tiempo, China, India y Turquía han sabido tener grandes descuentos. De por sí los altos precios del petróleo y el gas han sin duda colaborado a que el FMI proyectara un crecimiento del 0,3% en 2023 para la economía rusa, cuando su estimación previa era que se contraería un 2,3%. Por ahora la guerra sigue siendo sostenible, aunque los efectos de las sanciones podrían ser más tangibles a largo plazo.
Pero, ¿qué lugar ocupa América Latina en todo esto? No son pocas las voces que han llamado la atención sobre la ¿inacción? de la región con respecto a lo que está pasando. Mientras algunes claman que existe un “deber moral” de auxiliar a un país invadido por su vecino y otres hacen hincapié en el aumento de precios de hidrocarburos y otras materias primas, la mayoría de los países de nuestro continente decidieron más bien mantenerse al margen. Sostener buenas relaciones con las potencias es todavía una necesidad para países como los nuestros. Nuestro entendimiento de que el mundo está yendo hacia una multipolaridad casi que nos hizo querer quedar bien con todas las partes. Recordarán ustedes el desafortunado comentario del presidente Alberto Fernández justo antes de que se desatara el conflicto: que Argentina sería «la puerta de entrada de Rusia en América Latina». Brasil, por su parte, de la mano de su flamante presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha sido esquivo con respecto a las responsabilidades de la guerra y se negó a enviar municiones a Ucrania.
Enfrentados a la presión de la comunidad internacional por firmar un documento que exige la retirada de Rusia del territorio ucraniano, la mayoría de los países de la región lo hicieron. Sin embargo, a pesar de que países como Argentina, Chile, Brasil y México también han enviado ayuda humanitaria, seguimos priorizando nuestros intereses económicos y por ahora no nos han convencido de aislar a Rusia. Mientras eso no afecte las relaciones que mantenemos con otros bloques, por ahora no parece haber lugar para un cambio de rumbo.
Nadie habla de paz
Según el Financial Times, Rusia está ocupando hoy el 17% del territorio de Ucrania. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU estima que la cantidad de víctimas civiles desde que comenzó la invasión ha superado la cifra de los ocho mil, aunque esto sólo corresponde a las muertes verificadas. Por su parte, de acuerdo al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de ocho millones de personas pidieron asilo en Europa y hay por lo menos cinco millones de desplazados internos en Ucrania.
Con un poco de tiempo y suerte hablarán las víctimas, se determinará si se cometieron crímenes de guerra contra civiles, se juzgará a les responsables. Pero no por ahora. Hoy la única realidad es la guerra y no hay ninguna señal de que eso vaya a cambiar pronto. Nadie parece estar dispuesto a cambiar sus demandas. La solución para ambos sigue siendo militar. Zelensky ya no habla de paz sino de victoria. Pretende expulsar a las tropas rusas de todo el territorio. Putin no puede echarse para atrás: las regiones ocupadas son de un interés vital para Rusia –sobre todo Crimea, donde se encuentra la principal base de la flota rusa en el Mar Negro– y su lugar en el mapa político global está en juego después de esta movida de ajedrez. Por eso tanto bombo y platillo alrededor de la defensa ucraniana y la fantasía de una capitulación de Rusia parece una movida un tanto peligrosa.
Quedan todavía muchas variables en juego, claro. Cómo las presiones internas y las elecciones en Estados Unidos pueden impactar el flujo de asistencia financiera y armamentística en caso de que se prolongue el conflicto; la continuación o no del compromiso de la élite política rusa ante los costos de la guerra; el rol que quiera ocupar China, hoy el socio más importante de Rusia. Habrá que prestar atención además al curso que tomarán las nuevas ofensivas teniendo en cuenta que Ucrania espera más armamento de Reino Unido, Canadá y Alemania y que Rusia todavía no despliega ni la mitad de las 300.000 tropas que movilizó recientemente.
Les que más alzan la voz sobre Ucrania tienen miedo de que la gente en el mundo se acostumbre a esta situación, de que la naturalicemos. Lo mismo ha dicho el presidente de ese país, la primera dama, las y los refugiados. Pero por ahora no pareciera ser el caso, más bien lo contrario. La de Rusia y Ucrania sigue siendo la guerra favorita de todes. Los demás conflictos, las demás crisis humanitarias, las demás gentes que se mueven y piden asilo parecen entrar en otra categoría: no merecen nuestra atención ni nuestro dinero. Quizá sea hora de dejar de mirar a Rusia y Ucrania como una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y la autocracia, entre el amor y el odio.
El sufrimiento del pueblo ucraniano no puede ser tomado a la ligera, la violación del derecho internacional por parte de Rusia es clarísima y debería preocuparnos si no por moral, por lo menos por el entendimiento de cómo eso nos pone en peligro ante situaciones similares, de cómo nos deja desamparados, a merced del mejor postor. Pero no nos equivoquemos, en política internacional nada es tan simple como un juego de héroes y villanos.