Milei mete la nariz en tierra santa
Argentina se convertiría en el quinto país en trasladar su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. En esta nota te explicamos por qué esto es mucho más que un simple acto administrativo.
Javier Milei se encuentra en estos momentos en una gira internacional que arrancó por Israel. Desde sus tiempos como candidato ya había dejado en claro que este país y Estados Unidos serían sus principales aliados, de allí que su primera visita diplomática después de asumir el poder no es ninguna sorpresa. También en campaña aseguró que validaría esa alianza con el gesto de trasladar la Embajada Argentina en Israel de la ciudad de Tel Aviv a Jerusalén, un territorio en disputa entre palestinos e israelíes.
Apenas el flamante presidente pisó la tierra prometida, no dudó en volver a expresar su fuerte compromiso con esa idea. “Mi apoyo al pueblo de Israel, defender la legítima defensa de Israel”, le dijo al Ministro de Asuntos Exteriores israelí, Israel Katz, que lo recibió cuando bajó del avión. Y sentenció: “Obviamente que es mi plan mudar la Embajada a Jerusalén”.
Visiblemente emocionado y sin ningún comunicado de Cancillería para confirmar o refutar esa decisión, no queda muy claro si el presidente de Argentina se vio arrebatado por el momento o si estaba en efecto anunciando una decisión tomada.
De cualquier manera, no sería el primer mandatario en hacerlo. El gesto de Milei es un guiño a uno de sus ídolos: Donald Trump ya movió las mismas piezas allá por el 2018, cuando trasladó la embajada estadounidense a Jerusalén, no sin controversia.
Además de Estados Unidos –principal aliado de Israel-, se inclinaron también por esta opción Guatemala, Honduras, Papúa Nueva Guinea y Kosovo, un territorio no reconocido por Argentina como un Estado. Salvando estas excepciones, la mayoría de los países no reconoce a Jerusalén como la capital de Israel y por eso radican sus embajadas en la ciudad de Tel Aviv y alrededores.
¿Qué hay de polémico en trasladar una embajada a Jerusalén? Que Naciones Unidas no reconoce como legítima la ocupación israelí de toda la ciudad y de hecho le exige que se retire de parte del territorio. En general, históricamente la Argentina en este tema mantuvo un alineamiento sin medias tintas con el derecho internacional… hasta hoy.
Por qué Jerusalén
El estatus de Jerusalén es uno de los temas más sensibles de Medio Oriente. En pocos kilómetros, la ciudad esconde tesoros, sitios sagrados para el judaísmo, el Islam y el cristianismo. El Muro de los Lamentos, el Santo Sepulcro, la mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca. Todos estos templos –o lo que queda de ellos- encuentran su hogar en Jerusalén. Son el testamento de la conexión histórica y espiritual que tanto el pueblo árabe como el judío tienen con este territorio. Podrían entonces las y los fieles hoy coexistir pacíficamente en ese lugar, pero no es el caso. Desde hace décadas, la competencia por el control y el acceso a estos lugares se convirtió en fuente de grandes tensiones. Últimamente, las incursiones del ejército israelí en los sitios sagrados para las y los musulmanes, las excavaciones israelíes y desalojos de palestinos de sus hogares no han hecho más que empeorar la situación.
Jerusalén es un territorio en disputa. Antes de la creación del Estado de Israel, cuando Palestina estaba gobernada por un Mandato Británico, la ONU creó un plan de partición del territorio. En 1947, la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas propuso erigir en Palestina un Estado árabe y otro judío, y darle a Jerusalén un tratamiento especial: la ciudad sería una entidad separada, bajo administración internacional.
Los líderes árabes no aceptaron la resolución, Israel declaró unilateralmente su independencia y la primera guerra árabe-israelí echó por tierra cualquier intento de implementar ese plan.
Ninguno de los pueblos dejó ir jamás su aspiración de convertir a Jerusalén en su capital. Aunque la ciudad supo estar dividida, Israel terminó por ocupar la parte oriental en la Guerra de los Seis Días en 1967 y la anexó de facto, quedándose así con el control de toda la zona. La comunidad internacional se negó a aceptar tal avasallamiento y en su Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, ese mismo año exigió a Israel retirarse de los territorios que ocupó durante la guerra. Al día de hoy, Israel se niega a hacerlo. En 1980, la Resolución 476 y la 478 del Consejo abordaron específicamente el estatus de Jerusalén, declarando “nula y sin valor” la legislación israelí que anexó Jerusalén, asumiendo una violación del derecho internacional y exigiendo que tal regulación fuese rescindida. Además, se instó formalmente a todos los Estados a retirar sus misiones diplomáticas de Jerusalén.
Jerusalén no le pertenece exclusivamente a Israel, Israel ocupa la ciudad ilegalmente. Trasladar la Embajada de Argentina a Jerusalén significaría que nuestro país reconoce a Jerusalén como capital del estado israelí, dando así por tierra el reclamo del pueblo palestino y lo estipulado por el derecho internacional.
¿Quién nos llamó al baile?
Mientras Israel comete lo que la Corte Internacional de Justicia determinó podría ser un “genocidio” contra las y los palestinos, mientras el mundo pide un cese al fuego, la Argentina de Javier Milei pareciera ir a contramano hasta de su propia historia. Reconocidos por estar a la vanguardia de los derechos humanos con el juicio a las juntas o las conquistas de los movimientos sociales a lo largo del tiempo, la élite que gobierna circunstancialmente pretende borrar del mapa a un pueblo al que ya le han quitado todo.
Esto además se contradice con la posición histórica de la Argentina con respecto al conflicto palestino-israelí, de relativa equidistancia. No tomar partido abiertamente a favor de una de las partes ha supuesto respaldar una “solución de dos estados”, que permita la coexistencia pacífica de Israel y un futuro Estado palestino. Esto, tal como lo establece el derecho internacional, bajo los límites previos a la guerra de 1967 en la que Israel ocupó territorios ilegalmente, de los que debe retirarse. Nada de eso importa si la embajada es trasladada a Jerusalén.
Aun fingiendo que no hubiese relevancia en la discusión ética, cabe por lo menos preguntarse cuál es el rédito para la Argentina de una decisión como esta. ¿Qué impacto puede tener en las relaciones del país con el mundo árabe? Con una afrenta así de directa, ¿podrían deteriorarse los vínculos? ¿nos importa? ¿tiene sentido este alineamiento si nadie lo pidió?
Algo está claro: la política exterior se debe regir por el interés nacional, no hay lugar para caprichos. A poco de haber asumido su mandato y sea cual sea su ideología, Javier Milei debería anteponer su rol como jefe de Estado, a sus sentimientos y preferencias personales. No se puede esperar menos de quien representa a un país entero.
Y en ese juego que es la diplomacia, cada palabra cuenta. Si la “legítima defensa de Israel” incluye haber asesinado ya a más de 10 mil niños y niñas de un total de 27 mil palestinos y palestinas muertos, haber desplazado al 85% de la población de Gaza de sus hogares, bloqueado el acceso a ayuda humanitaria, atacado hospitales, hogares y campos de refugiados… quizá habría que reevaluar los términos con los que nuestro país elige nombrar lo que está pasando.
En ese contexto, a todas luces parece desacertado el análisis que hace el periodismo no especializado de que las declaraciones de Milei podrían revivir los fantasmas del atentado a la AMIA o a la Embajada de Israel en Argentina. Que Hamás podría actuar en represalia, dicen. Con la escala de destrucción y muerte que está enfrentando la Franja de Gaza en este momento, la organización tiene otras cosas de las que preocuparse. Hamás no tiene ningún interés en nuestro país, ni es parte de su modus operandi trasladar la violencia a un océano de distancia. Su objetivo declarado es la liberación de Palestina y sus métodos para lograrlo han traído horror y dolor al pueblo israelí. El mismo de décadas de ocupación israelí sobre el pueblo palestino.
La tragedia se perpetúa mientras Javier Milei legitima la apropiación de territorio y da su apoyo explícito a una nación que está siendo acusada de genocidio por el máximo tribunal de las Naciones Unidas.
El destino final de Jerusalén se definirá algún día, ojalá, en una mesa de negociación. No es nuestro derecho decidirlo.