Liberté, égalité, fraternité, y cordón sanitario

Contra todo pronóstico, las y los franceses derrotaron a la extrema derecha de Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias. ¿La clave? El famoso cordón sanitario.

“Es un alivio”, dijo Jean-Luc Mélenchon tras el cierre de las urnas. El fundador del partido La Francia Insumisa, parte de la coalición de izquierda que le puso freno a la extrema derecha en estas elecciones parlamentarias, se refería a lo que probablemente sintieron miles de francesas y franceses este domingo. 

Es que la primera vuelta estuvo marcada por lo que parecía iba a ser un amplio triunfo del partido de Marine Le Pen, Agrupación Nacional. Pero la segunda ronda contaría otra historia. La alianza de las fuerzas de izquierda y las del presidente Emmanuel Macron lograrían revertir esos primeros resultados y dejar a la Agrupación Nacional en tercer lugar. 

¿Es este el final de Le Pen? ¿Qué desafíos le esperan ahora al país? ¿Qué lecciones puede aprender la Argentina de la experiencia francesa? Te lo contamos en esta nota. 

Acordonar a la extrema derecha

Este nuevo capítulo de la historia francesa arrancó el pasado 9 de junio. A la extrema derecha de Marine Le Pen le fue bastante bien en las elecciones al Parlamento Europeo dejando en evidencia dos cosas: una clara derrota para el partido del presidente Emmanuel Macron, que ya venía con una baja aprobación, y una tendencia hacia la derecha circulando por Europa. 

Ante la contundencia de este escenario, el presidente de Francia decidió convocar en su país elecciones parlamentarias anticipadas para el 30 de junio. No tenía obligación de hacerlo y sólo podemos especular sobre lo que pretendía lograr con esta jugada, pero lo cierto es que, cerrados los comicios del 30, la ultraderecha había vuelto a brillar y los números la dejaban en primer lugar. Pero no estaba todo dicho. El sistema francés indica que, para ganar en primera vuelta, un candidato necesita por lo menos el 50% de los votos. Sólo 76 lograron ese objetivo, mientras eran 577 los escaños en juego. Había segunda ronda.

Y entonces la historia dio un vuelco. En segunda vuelta, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen quedó tercera con 143 escaños, por debajo del Nuevo Frente Popular, la alianza de agrupaciones de izquierda que se llevó la mayoría de los escaños (182) y la propia coalición de Macron, Juntos por la República, que se quedó con 168.

¿Qué cambió en el marco de unos días? La puesta en marcha del famoso cordón sanitario, esa estrategia que por ahora sigue tratando de contener a las expresiones más extremas de la derecha en el Viejo Continente.

En este caso, se buscó concentrar los votos de cada distrito electoral en el candidato –macronista o de izquierda- que, de acuerdo a los resultados de la primera vuelta, tuviese más chances de ganarle al de extrema derecha. En la práctica esto significó que la izquierda se comprometió a votar a macronistas y viceversa y que ambas coaliciones bajaron a alrededor de 200 candidatos de la contienda para que no se dispersaran los votos.

La clave, entonces, fueron las alianzas. En esta parte del relato bien haría nuestro país en ir tomando nota, porque basta volver a la foto de las y los legisladores que votaron la Ley Bases para entender que en la Argentina de Javier Milei no existe un interés sólido y extendido en la ¿oposición? por limitar los alcances de la ultraderecha. 

En Francia lo hubo y costó lo que costó. No fue una negociación entre amigos. Para empezar, el propio Nuevo Frente Popular, la coalición de izquierda, se presentó a estas elecciones como una alianza entre el partido socialista, el comunista, los ecologistas y La Francia insumisa de Mélenchon. Ya hablar de una izquierda unida parece más salido de un relato de ficción que de un portal de noticias. Pero ellos, que entre sus promesas de campaña no sólo asumieron una postura ideológica muy distinta a la del Ejecutivo, sino que incluyeron de hecho la derogación de medidas concretas aprobadas por el gobierno -como las reformas en temas de pensiones o inmigración-, llegaron a un acuerdo con el mismísimo Macron.

No está todo dicho

Una alianza electoral no se traduce necesariamente en una alianza de gobierno. El cordón sanitario no es un proyecto político en sí mismo y quedó demostrado justo después de conocidos los resultados de la segunda vuelta.

Si bien el presidente de Francia se elige por voto directo, no pasa lo mismo con el primer ministro. Es el presidente quien nombra a la persona que ocupará ese cargo, pero lo hace generalmente en sintonía con la mayoría parlamentaria, como una forma de asegurarse el respaldo de la Asamblea Nacional. Y aquí es donde empiezan los problemas. 

La Asamblea Nacional está compuesta por 577 diputados. Para alcanzar la mayoría, cualquiera de las fuerzas debería haber obtenido 289 escaños. Pero hasta el Nuevo Frente Popular de izquierda, la coalición que quedó posicionada como primera fuerza en esta elección, quedó bastante lejos de ese número. 

Lo que tenemos entonces es un legislativo sin mayorías claras y una puesta en marcha de negociaciones para formar gobierno. La alianza de izquierda reclama el lugar de primer ministro, pero tampoco se pone de acuerdo al interior de sus propias filas en un representante. Siendo el partido La Francia Insumisa (LFI) el que obtuvo mayor cantidad de escaños dentro de la coalición, algunos insisten en que el rol debería ser ocupado naturalmente por Jean-Luc Mélenchon, líder de LFI. Sin embargo, se trata de una figura un tanto divisiva que no ha conseguido el apoyo del resto de la izquierda y mucho menos del presidente Macron. Por ahora, los números no le dan. 

Otro escenario podría ser que se fracture el frente de izquierda y que los sectores más “moderados” tejan una alianza con Macron para formar un gobierno de centro. En última instancia, también existe la posibilidad de nombrar un gobierno tecnocrático para mantener en funcionamiento al Estado sin recurrir a alguien afiliado a uno de los partidos políticos.  

En todo caso, todo esto podría durar semanas. Si bien el actual primer ministro, Gabriel Attal, había anunciado su intención de renunciar en virtud de los resultados electorales, Macron le pidió que por el momento no lo hiciera para garantizar «estabilidad». La Constitución no establece fechas: no hay un límite de tiempo para nombrar a quien será la/el nuevo primer ministro francés.

A paso firme

Por más que el mundo de Twitter, los memes y los videos de las celebraciones en las calles quieran crear otra narrativa, esta no ha sido una derrota total de la ultraderecha. Si bien es cierto que se revirtió lo que en primera vuelta parecía iba a ser una amplia victoria para Marine Le Pen y los suyos, técnicamente fueron el partido más votado, porque los demás lograron los votos que lograron presentándose en coaliciones. Y, en perspectiva, hay un dato mucho más importante: de pasar de no lograr ningún escaño en 2007, sólo dos en 2012 y ocho en 2017, escaló a 89 escaños en las elecciones legislativas de 2022 y en estas elecciones sumó más de cincuenta diputados alcanzando un total de 143.

No tiene entonces pocas razones Marine Le Pen para decir que su victoria solamente se ha “retrasado». Todo indica que la ultraderecha ya está pensando en el 2027, cuando termine el mandato de Macron y Francia se vuelque a una nueva contienda electoral para elegir a su próximo presidente o presidenta. 

«Es lamentable, perderemos otro año, otro año de inmigración ilegal, otro año de pérdida de poder adquisitivo, otro año de inseguridad que estallará en nuestro país. Pero si eso es lo que hace falta, bueno, pues eso es lo que hace falta», aseguró Le Pen tras conocerse los resultados de esta segunda vuelta.

Las y los desencantados de la política podrán ver en el avance de la extrema derecha simplemente el fetiche de turno. Pero, aunque la realidad y el bombardeo de información nos tenga entumecidos, elegir a la ultraderecha para integrar espacios de poder de decisión tiene efectos materiales muy concretos en la vida de las personas: acá, en Francia y en cualquier parte. Esos efectos podrán variar de un caso a otro, pero hay ciertos patrones que se repiten. Entre ellos quizá el más tangible sea eso de que los discursos de odio -fuertemente promovidos por este tipo de agrupaciones- desembocan en actos de odio. En Europa esto se ha materializado fuertemente en un rechazo a la inmigración (sobre todo aquella que proviene de países de África y Medio Oriente), una construcción del otro como enemigo y la necesidad de salir a defender los “valores tradicionales” en países de tradición cristiana que ahora empiezan a convivir con una población musulmana.

Hasta Kylian Mbappé y los jugadores de la Selección francesa salieron sin tapujos a pedir a los jóvenes que fueran a las urnas y le dieran la espalda a la ultraderecha. No fueron tímidos en su pronunciamiento ni usaron palabras indirectas: los jugadores, la mayoría provenientes de familias de inmigrantes, entendieron que su propia identidad estaba en juego en los discursos de Marine Le Pen y sus lacayos. Más allá de la discusión de si un/a futbolista tiene la obligación de expresar una opinión política (y si de hecho eso sería realmente beneficioso), lo cierto es que en Francia los jugadores se reconocieron como sujetos de una sociedad al borde de una catástrofe.

El avance de la ultraderecha es un hecho ineludible. Todo indica que en tiempos de crisis se refuerzan los extremos políticos: no es casual que la mayoría de estos grupos hayan visto su popularidad acelerada después de la pandemia o el terremoto económico que provocó la invasión de Rusia a Ucrania. Pero en tiempos de crisis también se refuerza la idea de resistencia. Con sus limitaciones, el cordón sanitario ha sido una de las estrategias implementadas en Europa. América Latina deberá encontrar las suyas. 

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