La resurrección más esperada: Lula presidente de Brasil

Aunque con un margen muy ajustado, Lula venció a Bolsonaro en segunda vuelta y asumirá el cargo el 1 de enero de 2023. La pregunta ahora es: ¿estará a la altura de su pasado?

La palabra portuguesa «saudade» no tiene una traducción exacta al español. Algunes la describen como añoranza, nostalgia, sentimiento del bien ausente. Hay una distancia de tiempo o espacio con lo amado, pero también un profundo sentimiento de anhelo por acercarse a eso que se encuentra lejos. Sólo una lengua alegre como esta pudo encontrar los sonidos justos para trascender la mera tristeza de la melancolía.

«El mundo siente saudade de Brasil«, dijo ayer Lula en el discurso que coronó la jornada en que las y los brasileños decidieron volver a apostar por él para dirigir los destinos de su nación.

No fue fácil. Aunque las encuestas tuvieron razón cuando pronosticaron el amplio apoyo a Lula, poco acertaron en entender el fenómeno de Bolsonaro y lo cerca que estaba de ser reelecto. Fue así que desde el propio ámbito de Lula pasaron de jactarse de que ganaban holgados en primera vuelta, a aceptar que la cosa estaba peleada. El contexto de violencia y fake-news mucho no contribuyó a bajar la tensión: que hasta llegaron a decir que Lula hizo un pacto con el diablo para ganar el rechazo de la comunidad religiosa -sobre todo la evangélica-, un segmento tan codiciado por ambos candidatos que los llevó a inclinar su discurso en numerosas oportunidades hacia un terreno de demonios y deidades. Sin embargo, el próximo 1 de enero será Lula el que vuelva a ponerse la banda presidencial.

Los resultados fueron ajustados: un 50.90% de Lula vs un 49.10% para Bolsonaro, con una diferencia de poco más de dos millones de votos, en un país compuesto por una población total de 213.993.441 personas, según datos del Banco Mundial. Así, Bolsonaro se convirtió en el primer presidente de Brasil que no consigue ser reelecto.

Ahora, cuando los fuegos artificiales y el ruido de los cánticos en las calles comienzan a apagarse,  va siendo hora de preguntarnos sobre el rumbo de Brasil en el futuro cercano e, irremediablemente, el de nuestro propio país tan dependiente de eso que sucede del otro lado de la frontera.

 Fotografía de Ricardo Stuckert

«No existen dos Brasiles»

Lula se sube al escenario rodeado de su gente, después de la victoria. De fondo no aparece el rojo que caracteriza a su Partido dos Trabalhadores (PT) y con el que tanta gente salió a votar este Domingo. En cambio, una imagen de la bandera de Brasil se cierne como un paraguas sobre un público atento a las palabras de su futuro presidente. No es casual. Hace tiempo que el bolsonarismo se había apropiado de este símbolo, como suelen hacerlo las derechas en nuestra región, empecinadas en quedarse con la representación de nuestra identidad toda.

Por eso, con la bandera a sus espaldas, Lula aseguró que «no existen dos Brasiles: somos un sólo pueblo». Prometió restablecer la paz entre las familias porque «a nadie le interesa vivir en un país en permanente estado de guerra», declaraciones que podrían sonar exageradas si no fuera por las muertes que han rodeado a esta campaña como el peor reflejo de una sociedad fogoneada por el odio. El día anterior a la elección no más se difundía un video de la diputada bolsonarista Carla Zambelli, apuntando con un arma a simpatizantes de Lula. Por eso, el «no faltará amor en este país» que el dirigente pronunció en la sala es necesario hoy más que nunca.

Pero, ¿dónde más hizo foco su discurso? Habló de que blancos, negros e indígenas tengan los mismos derechos y oportunidades, una deuda no saldada en Brasil. Mencionó a las mujeres y sus derechos políticos -muy superficialmente, si me preguntan a mí, probablemente con la cautela por representar ahora a votantes tan diversos-. 

También se refirió a un Brasil cuya prioridad sean las poblaciones más vulnerables. Por eso no es casual que anunciara que su compromiso «más urgente» es acabar con el hambre. Acá vale aclarar que tras su presidencia y la de Dilma Rousseff, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), declaró a Brasil como un país libre del hambre. Sin embargo, los gobiernos que siguieron devolvieron al país al Mapa del Hambre, con un 55,2% de la población viviendo en inseguridad alimentaria en 2020, según una encuesta de la Red Penssan.

«Si somos el tercer mayor productor mundial de alimentos, si somos capaces de exportar para el mundo entero, tenemos el deber de garantizar que todo brasileño pueda tomar café en la mañana, almorzar y cenar todos los días. El pueblo quiere volver a comer bien», aseguró Lula en su discurso este Domingo.

Por eso el ex presidente también habló de «crecimiento económico con inclusión social y sustentabilidad ambiental», de un comercio internacional «más justo» y de la necesidad de reindustrializar al país. Todo esto de suma importancia para la Argentina, teniendo en cuenta que Brasil es nuestro socio estratégico: el principal destino de nuestras exportaciones (13% del total en los primeros seis meses de 2022, según datos del INDEC) y específicamente el principal destino de nuestras exportaciones industriales, y el segundo destino de nuestras importaciones después de China (19,7% del total). Al mismo tiempo, no se puede escindir el presente del Mercosur de esta relación entre sus dos países con mayor capacidad productiva. Del liderazgo de Lula dependerá en gran parte el futuro de una unión que venía siendo bastardeada por Bolsonaro y que reclama nuevas estrategias para adaptarse a un mundo en el que China se ve cada vez más envuelto en la región.

Por último, el Amazonas fue otro gran protagonista de su discurso. Teniendo en cuenta que en 2021 y 2022 se registraron las cifras más altas de deforestación en la última década, Lula aseguró que combatirá cualquier actividad ilegal y que promoverá el desarrollo sustentable de las comunidades que viven en esa región. «Vamos a probar que es posible generar riqueza sin destruir el medio ambiente», sentenció, en línea con lo que vienen promoviendo otros líderes de izquierda del continente, como Gustavo Petro en Colombia.

Nada parece simple y las expectativas que carga ahora Lula sobre sus hombros no serán fáciles de complacer. Sobre todo cuando Brasil atraviesa sus peores cifras de inflación de este siglo, enfrenta las consecuencias de un pésimo manejo de la pandemia y merodea por aquí también el fantasma de la recesión. Cuando Lula fue presidente por primera vez, el escenario era bastante distinto, auxiliado por un boom internacional de las commodities. Sin embargo, cuando se cita ese dato como argumento para restarle valor a los logros del gobierno del ex-presidente, pocos entran en la discusión de qué se hizo con ese escenario favorable. Programas sociales halagados en todo el mundo como el famoso «Bolsa Familia«, inclinado a atender las necesidades concretas y urgentes de un sector de la población pero con el objetivo, al mismo tiempo, de ayudar a les hijes a salir del círculo de la pobreza son un buen ejemplo. Ahí está la diferencia. ¿Estará Lula a la altura de su pasado?

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¿El fin de una era?

Aunque sus detractores nunca vayan a asumirlo, Lula habla y se mueve como si no tuviera 77 años recién cumplidos. «No es la cantidad de años lo que envejece a una persona, es la falta de una causa, la falta de motivación para luchar. Brasil es mi causa, el pueblo es mi causa y combatir la miseria es la razón por la cual yo voy a vivir hasta el final de mi vida», aseguró, emocionado, en su discurso de este Domingo.

Habrá que ver si ese carisma, la experiencia de dos mandatos y su habilidad para reunir a distintos sectores antagónicos, como lo demostró su capacidad de integrar fórmula con Geraldo Alckmin -un político de centroderecha que fue su oponente en las elecciones de 2006-, le auguran un futuro promisorio o si hubiese hecho mejor conformándose con salir por la puerta grande en 2010. Claro que para los verdaderos hombres y mujeres de la política, aquellos que logran trascender la idolatría al ego, eso de querer transformar la realidad no se acaba nunca.

Cómo si no, se explica la historia de este hombre, séptimo hijo de una familia humilde que dejó la escuela de jovencito para trabajar en una fábrica de tornillos, que perdió tres veces las elecciones a presidente y aún así lo siguió intentando hasta convertirse en uno de los líderes con mejor imagen pública una vez finalizado su mandato. Un hombre al que enviaron a prisión por una causa floja de papeles, impidiéndole perseguir un tercer mandato y obligándolo a atravesar en el encierro la pérdida de su compañera de vida y de su nieto. «Intentaron enterrarme vivo y acá estoy», dijo en su discurso de victoria y con cuánta razón.

Fotografía extraída de la cuenta de Twitter de Lula

Así y todo, el poco margen de diferencia que Lula obtuvo con respecto a Bolsonaro augura un futuro turbulento. Más aún si se tiene en cuenta que la primera vuelta de las elecciones terminó de consolidar una mayoría bolsonarista en el Congreso, el más conservador que Brasil ha visto en mucho tiempo. Lula es particularmente bueno a la hora de construir alianzas y eso deberá hacer en este caso si quiere que lo dejen gobernar. La clave está en el «Centrão«, un conjunto de partidos políticos que no necesariamente representan una ideología de centro, como su nombre parecería indicarnos. Lo que los une es en realidad una intención de garantizarse ciertas ventajas por estar cerca del Ejecutivo. Pero en esta habilidad de Lula para tejer alianzas se esconde también uno de los principales desafíos de este nuevo mandato. Lula pudo vencer a Bolsonaro porque creó una coalición tan amplia que reunió en un mismo espacio a muchos sectores, quizá demasiados. Habrá que ver ahora cómo sortea las dificultades de darle a cada quien lo que cree merecer.

Fotografía de Fabio Tito

La noche del Domingo, miles y miles de personas coparon la Avenida Paulista para celebrar junto a Lula la victoria que lo llevará a ser presidente de Brasil por tercera vez. Y aunque en ese momento más que nunca cualquiera haya sentido el impulso de creer que esto declaró la muerte del bolsonarismo, no se puede estar más equivocado. Simplemente con volver a mirar esos números (50.9% vs 49.1%), la realidad golpea como un balde de agua fría: le pese a quien le pese, hoy hay dos líderes de masas en Brasil. Sí, aunque eso signifique que a casi la mitad de la población brasileña las ideas fascistas no le hagan ningún ruido.

El ex presidente uruguayo, Pepe Mujica, fue quien le asignó las mejores palabras a la cantidad de votos que recibió Bolsonaro: «es preocupante y es un llamado de atención para todos, pero en el fondo no es Bolsonaro, es una clave subjetiva de la época que nos toca vivir». Si podemos obtener una lección de todo esto es que bien nos valdría dejar de romantizar a los movimientos de masas en América Latina para tratar de entenderlas. Entender sus aspiraciones y sus necesidades. ¿De qué otra manera, si no, podremos combatir esta radicalización de la derecha que vemos proliferar en todo el mundo?

A Brasil le acaban de otorgar un privilegio: el de volver a creer, ese momento en el que la épica parece poder contra todo. Ojalá Lula no los (nos) decepcione.

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