El primer 24 de marzo sin Margarita Camus

En una provincia en la que siempre nos dijeron que no pasaba nada, las y los sobrevivientes de la última dictadura militar cuentan una historia muy diferente. Margarita Camus reivindica su lucha por la vida, en esta nota para La Mecha.

La “sobreviviente”, la “defensora de derechos humanos”, la “jueza que acusó a los jueces”. “Marga”, para su gente querida. A Margarita Camus la conocí en sus últimos días, pero a los 68 años no parecía haber perdido nada de ese fuego que la llevó a militar en su juventud y a convertirse después en la referente que todas y todos conocemos. 

Más de cuatro décadas después de haber sido arrebatada de su familia, torturada y detenida por cinco largos años, La Mecha fue uno de los últimos medios en charlar con la ex jueza antes de su fallecimiento. En el primer 24 de marzo sin Margarita Camus, te traemos su historia en primera persona.

En cautiverio

Margarita militaba en Montoneros. Ante la reputación creada en torno a ese grupo político, rápidamente aclara: “El acto más terrorista que yo cometí fue pegar obleas en el centro, reivindicando el copamiento de Formosa”. Era, además, nieta del gobernador depuesto de San Juan, Eloy Camus.

Cinco años de su juventud transcurrieron en cautiverio. Tenía sólo 20 años cuando, en noviembre de 1976, fue citada al Regimiento de Infantería de Montaña Nº 22 de la provincia. “Mi papá me llevó al regimiento creyendo que así me salvaba la vida”, relata Margarita. Uno de los jefes había sido un amigo de la infancia de su padre, que entendía que por esa razón la cosa no pasaría a mayores.

Cuando la trasladaron al Penal de Chimbas, Diana Kurbán fue una de las primeras detenidas en darle la bienvenida. Me siento a la mesa con ambas, más de cuarenta años después que el horror las uniera, para dar paso a una amistad que les permite reírse de ese primer encuentro. “Me dio una impresión…”, dice Margarita entre risas, “me recibe una con unas tiras en la cabeza, con un peinado hecho con pedazos de sábanas y otra con unos ruleros de rollos de papel higiénico. Yo decía adónde mierda me han traído”. Diana recuerda a la perfección ese momento: “Se escucha un ruido fuerte de la puerta y entra una chica con una mirada tan desolada y una sonrisa tan ingenuamente pura, que no tenía nada que ver con ese lugar… Era una niña, una mezcla de muchas cosas que ya le habían pasado”.


Diana Kurbán, Margarita Camus y Lidia Paparelli durante un 24 de marzo en San Juan

A Margarita la golpearon, la sometieron a la picana, la manosearon, la hicieron participar en dos simulacros de fusilamiento. “Me torturaron tanto que me descolgaron un riñón, algo que me trajo secuelas hasta el día de hoy”, me cuenta sin que le tiemble la voz. La Cruz Roja intervino por su caso y su hermano Eloy, que estaba haciendo el servicio militar, se ofreció a donarle un riñón. “Usted no va a poder, soldado Camus, porque usted está bajo bandera: el riñón nos pertenece a nosotros”, algo así fue la respuesta que recibió Eloy.

Su abuelo estaba también detenido en el Penal y a Margarita la sacaban encapuchada después de torturarla justo cuando su abuelo salía a caminar. Dos pájaros de un tiro. 

La otra historia 

Casi un año después, el 23 de septiembre de 1977, fue trasladada a la cárcel de Devoto, en Buenos Aires. A bordo de un Hércules -junto con mujeres de otras partes del país y un cura-, vendada, encapuchada y esposada, llegó a destino a los golpes. 

De sus tiempos en Devoto, Margarita recuerda la amistad, la risa, los grupos de teatro, lectura o “gimnasia clandestina”. El ingenio que las hacía sacar dos palitos de la escoba con la que se barría y unos hilos de toalla para tejer porque “¿vos sabés lo que es estar todo el día sin hacer nada?”.

Ella vuelve una y otra vez a eso que las hizo sobreponerse al horror: el compañerismo, la militancia, la solidaridad. Dice que poco se habla de todo eso que los presos comunes hicieron por los presos políticos. Desde servir de mensajeros y asegurarse de que las cartas de las y los detenidos llegaran a destino, hasta regalarles un gato. 

Recuerda con cariño a las celadoras sanjuaninas “que eran parte del pueblo peronista” porque, explica, las habían nombrado en el ´73 y “a pesar de las diferencias de no militar en los mismos espacios, eso unía”. Fueron las que le dieron tranquilidad cuando, internada en el hospital Marcial Quiroga por su riñón, no podía dormir porque creía que iban a venir a matarla. Fue una de ellas, Doña Quiroga, la que le pidió unos pesos a sus padres cuando Margarita cumplió 21 en el Penal –en ese entonces la mayoría de edad- para traerle una torta. Fueron también las que lloraban cuando a ella y a otras sanjuaninas las subían “de las mechas” al avión que las llevaría a Devoto.

Por otro lado, Roque Carranza, entonces el médico del Penal, también viene a su mente porque “el tipo no es que se jugara la vida, pero sí te daba medicación”. Algo que, dice, no tenía permitido.

Margarita cree que hay que relatar la tortura, pero está convencida de que es todavía más importante “relatar también cómo nuestra estrategia de sobrevivencia tuvo que ver con la vida, con reírnos, con no caernos”. Que, a pesar de todo, “uno puede salir entero y no quebrado”.

Fue así que, hasta el día de hoy, muchas de esas mujeres que estuvieron detenidas se siguen reuniendo en distintas partes del país. En Paraná, 35 años después, Margarita se reencontraría con su compañera de celda: “estaba todo intacto, todo intacto”.

Memoria, verdad y justicia

En marzo de 1981, Margarita regresó a casa. Sin embargo, lo hizo bajo el régimen de “libertad vigilada”, lo que implicaba presentarse periódicamente ante la Central de la Policía y moverse en un radio de tan sólo 5 km.

Aunque cuando la detuvieron estaba terminando de cursar 3° año de Sociología, la incertidumbre sobre qué pasaría con la carrera -una de las tildadas como “peligrosas”-, la hizo cambiar de rumbo y quedarse con Abogacía. 

Esa decisión le daría las herramientas para, una vez recuperada la democracia, involucrarse fuertemente en la búsqueda de justicia por esos tiempos oscuros. Margarita Camus no solamente ocupó el rol de testigo, abogada y querellante en los juicios de lesa humanidad, sino que fue una de las impulsoras de que cada juicio tuviera lugar en la provincia donde habían ocurrido los delitos. Esto permitió que hubiese una comunicación más localizada de los juicios y, en definitiva, que cada comunidad tuviera acceso a los testimonios y participara de manera más activa en ese momento histórico. Para Margarita eso era importante “porque todavía había mucho negador, gente que pensaba que acá no había pasado nada”.

Ella, que había vivido el terrorismo de Estado en su propio cuerpo, se enfrentaba así a los verdugos de tantos argentinos y argentinas. Pero no lo hizo sin represalias. Durante uno de los juicios, alguien cortó los frenos del auto de su hija. El mecánico le dijo que había sido intencional, que no se trataba de un desgaste ni un desperfecto. “No tuve ninguna duda de que fueron ellos”, asegura Margarita, quien no difundió demasiado eso que le había pasado a su familia para no generar miedo entre aquellos que aún debían declarar en el juicio. Contrató a un hombre para darle protección a sus hijas y siguió adelante.

Más tarde, luego de que los represores Jorge Olivera y Gustavo De Marchi -condenados por delitos de lesa humanidad- se dieran a la fuga, alguien dejó en el contestador de Margarita un mensaje que sólo repetía el número de teléfono fijo de su casa. “Te reconocés la voz en el acto”, asegura. Ella fue una de las víctimas que identificó al ex teniente Jorge Olivera como el “jefe” de la represión en San Juan. A diferencia de otros testimonios, el de Margarita fue crucial porque Olivera supo interrogarla en el regimiento sin capucha. “Por eso después se ensañaba tanto, porque yo no tenía necesidad de decir que se me corrió la venda: lo había visto face to face”, declara.

Margarita Camus había militado en la agrupación Montoneros por solamente dos meses cuando la detuvieron. “Pero he militado casi 5 años en Devoto y 40 años después con los juicios”, asegura. Aunque una no supiera esta información, charlar con Margarita era descubrir al instante que se trataba de una mujer de fuertes convicciones políticas y un sentido de la justicia guiado por la necesidad de ser la voz de los que ya no están.

En tiempo presente

Y le costó lo que le costó. Dice que haber tenido a sus hijas a los 38 y 39 años es una secuela de lo que vivió en esos tiempos. Por esa misma razón, cuando finalmente pudo alegar en el juicio, se concentró en los delitos contra la integridad sexual que habían sufrido las mujeres detenidas. (Aunque aclara que, por más que algunos no lo quieran reconocer, muchos hombres fueron también abusados sexualmente como parte de la tortura implementada en aquella época). Eso permitió a San Juan sentar el precedente de una sentencia firme en el juzgamiento de ese tipo de crímenes durante la dictadura militar.

Fueron décadas de miedos, frustraciones y volver a levantarse. La lucha por los derechos humanos no es nunca lineal, si lo demostrarán los tiempos que corren. En el medio, una mujer marcada por la historia argentina y aferrada a una causa para siempre. «Es mi compromiso de vida», me dijo antes de despedirme este último enero. 

Margarita falleció el 13 de marzo de este año. Esta entrevista está escrita en tiempo presente porque así se siente: lo suyo no fue nunca un pasar inerte. Hay algo de ella en todos nosotros, en nuestra memoria y la de los pueblos que no se resignan a conformarse con lo que les toca. 

Este 24 de marzo, las calles de San Juan llevan el nombre de Margarita Camus.

Scroll to top
Close