El fuego que supimos encender
Para muchas, el 3 de junio es un recordatorio de todo el camino recorrido hasta hoy. Transitamos por las contradicciones y el deseo de habitar el movimiento feminista para imaginar otros mundos posibles.
Mucho ha cambiado para los feminismos desde y gracias a aquel 3 de junio del 2015 en el que la bronca cobró cuerpo y tomó las calles por asalto para gritar Ni Una Menos. En todos estos años las conquistas han sido arduas pero valiosas: aborto legal, el reconocimiento de las tareas de cuidado, la Ley Micaela, el Cupo Laboral Trans e incluso la creación de un Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades (aún con sus implicancias).
Desde entonces, muchas de nosotras aprendimos a hablar de patriarcado, de violencia; aprendimos lo que era el machismo. Nos citamos cada año a marchar en plazas de todo el país. Aprendimos a reconocer y rotular: femicidio, violencia de género, tareas de cuidado. Los titulares cambiaron, pero las situaciones continúan: un Estado que tantas veces llega tarde, un Poder Judicial impune, cómplice y negligente, redes de mujeres sosteniendo y finales evitables.
El Observatorio de Violencias de Género «Ahora que sí nos ven» presentó este 1 de junio el Informe de femicidios a 8 años del primer Ni Una Menos según el cual, desde junio de 2015 hasta mayo de 2023, hubo 2.257 femicidios en la Argentina. Es decir, uno cada 31 horas. El 64% de los crímenes ocurrieron en la vivienda de la víctima y fueron cometidos por sus parejas o exparejas. Además, en uno de cada cinco casos las mujeres habían denunciado o tenían medidas de protección vigentes. Los transfemicidios y travesticidios ni siquiera llegan a las noticias.
Sin embargo, desde aquel primer 3 de junio, aprendimos con bronca a romper el silencio, el cerco mediático; aprendimos la conciencia feminista, la injusticia, los cancioneros enteros. Nos atravesó la corrección política, el punitivismo, el escrache, el enojo. Después de eso, vino la reflexión: buscamos las formas de decir que no, de frenar a nuestros compañeros, de defender a nuestras amigas. Nos dimos cuenta que eso que creíamos amor, era trabajo no pago.
Nos pusimos el debate en el cuerpo y lo llevamos a la calle, a las mesas familiares, a los barrios, a las aulas, a las camas.
También nos cansamos; no se puede vivir con la guardia alta.
Durante dos años, la pandemia nos quitó la posibilidad del espacio callejero donde tiene lugar el encuentro, el abrazo, el debate, la compañía y la mística . En gran medida, y en conjunto con otras razones como conseguir la tan ansiada ley del aborto, la crisis económica y la atomización política, se fueron abriendo grietas en el fervor del movimiento feminista. Ese repliegue del espacio público también tuvo sus implicancias en la fuerza de los feminismos y trajo consigo sentimientos encontrados de desinfle, nostalgia, desencanto y vaciamiento. Entonces, tuvimos que aceptar al feminismo en su complejidad: como un movimiento político y social diverso, heterogéneo, contradictorio, el cual no siempre se habita con comodidad. Porque además, ¿serviría un feminismo que no incomoda, no interpela, no cuestiona, no muta?
Por eso, cada 3 de junio, para muchas de nosotras, significa una cita obligada que nos ayuda a recordar el fuego que supimos encender; un recordatorio de por qué seguir habitando cada lugar con presencia feminista. El encuentro nos invita a buscar formas de saldar las grietas de un corazón feminista con agujeritos. A veces, toca habitar la contradicción, hacerla carne, cuidar, sostener, recordar; porque la memoria feminista se practica en todos lados pero, sobre todo, en las calles y con otras.