El Frente de Todos, la Gendarmería Nacional y las Juventudes: una relación conflictiva
Viajar a Calingasta desde la ciudad de San Juan implica, al menos desde que la pandemia comenzó, quedar expuestos a la sospecha de los controles de Gendarmería. Incluso, es posible que en el mismo viaje uno sea revisado exhaustivamente por más de un retén de esta fuerza de seguridad.
Desde que la pandemia comenzó, en marzo de 2020, los argentinos y ciudadanos de múltiples países del mundo nos acostumbramos a vivenciar rígidos controles para desplazarnos por el territorio. Desde retenes policiales hasta controles a cargo de Gendarmería se intensificaron en la escena cotidiana.
La situación pandémica asignó a las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales, una tarea específica en relación al control de la expansión del virus, esto permitió ampliar el número de efectivos en las calles. En esta nota nos ocuparemos de abordar una fuerza en particular: la Gendarmería Nacional. El control social, al comienzo de la pandemia, recibió apoyo de los más variados sectores. Desde partidos conservadores hasta sectores cercanos al progresismo, entendimos que no quedaba otra opción para frenar la propagación del Covid-19. Las razones de emergencia que justificaron la intensidad de los controles iniciales, se fueron esfumando con la baja de los casos y la apertura de actividades, sin embargo quedaron habilitados nuevos “controles de rutina”.
De acuerdo a lo estudiado por Escolar (2017), la Gendarmería fue creada en 1938 como una fuerza de seguridad híbrida, entre militar y policial, cuya misión básica era la custodia de las fronteras. Como tal, desde su génesis, la Gendarmería estuvo caracterizada por establecer violentas relaciones con grupos pertenecientes a los pueblos indígenas. Un país apenas centenario, es decir en pleno proceso de conformación, incluso de sus fronteras, creó una fuerza para el ejercicio soberano de gobierno sobre los recientes límites territoriales. La ley 19.349 dictada en el marco de un gobierno de facto (1971) establece “Gendarmería Nacional es una fuerza de seguridad militarizada, dependiente del Comando en Jefe del Ejército, estructurada para cumplir las misiones que precisa esta ley, en la zona de Seguridad de Fronteras y demás lugares que se determinen al efecto”.
En el libro de Diego Escolar titulado “Gendarmería los límites de la obediencia”, el autor realiza un exhaustivo análisis histórico etnográfico sobre la fuerza, caracterizando tres etapas de la misma: una “etapa histórica” caracterizada por su actuación policial en los territorios nacionales. Una etapa “civilizadora” desempeñando funciones en las áreas de frontera, expandiendo las mismas sobre territorios indígenas. De esta etapa, la masacre de los Pilagá de 1947 en la Provincia de Formosa, resulta un episodio inolvidable. Luego, la “etapa militar”, en la que la Gendarmería quedó muchas veces asimilada por la doctrina del ejército, en particular se destaca el rol de la fuerza durante el terrorismo de Estado. Por último, la etapa actual, que es según Escolar un gran interrogante. Quizás estemos en presencia de la consolidación de una nueva etapa signada por grados de autonomía y fuertes controles sociales internos, con un nivel de cotidianidad nunca antes visto para esta fuerza desde el retorno de la democracia. Como han demostrado los trabajos antropológicos que han colocado como objeto de estudio a la Gendarmería Nacional, desde inicios de la década de los 90, la Gendarmería ha desempeñado funciones de seguridad interior desplegando operativos de control lejos de los límites fronterizos (Escolar, 2017). De hecho es considerada una de las fuerzas integrantes del sistema de seguridad interior conforme la ley 24.059. El punto crucial es ¿Para qué tareas de Seguridad Interior pretendemos utilizarla? Ha existido un avance de los controles sociales que van desde barrios del Gran Buenos Aires hasta rutas nacionales y provinciales (Frederic, 2020). Esta labor se profundizó en el período 2003-2015, en virtud de la desconfianza que el propio Gobierno Nacional tenía en la policía bonaerense y el resto de las policías provinciales. Cabe recordar el episodio de los amotinamientos que CFK y los gobernadores debieron soportar en noviembre de 2013. En ese contexto, se consolidó a la Gendarmería como una fuerza afectada a tareas cotidianas en los barrios de la provincia de Buenos Aires. El temor a las policías provinciales terminó habilitando avances no deseados de parte de la Gendarmería, los cuales se vieron exacerbados en el gobierno de Mauricio Macri, sin haber cesado en su intensidad hasta el día de la fecha.
La odisea de llegar a Calingasta sin ser humillado por un uniformado
Viajar a Calingasta desde la ciudad de San Juan implica, al menos desde que la pandemia comenzó, quedar expuestos a la sospecha de los controles de Gendarmería. Incluso, es posible que en el mismo viaje uno sea revisado exhaustivamente por más de un retén de esta fuerza de seguridad. Los puntos claves suelen ser el derivador de la ruta que conecta con el Departamento Calingasta y el Departamento Iglesia, y el ingreso mismo al Departamento Calingasta. Nos hemos acostumbrado a la presencia de estos controles en el tránsito cotidiano. Esto sucede con mayor facilidad en el Departamento del sudoeste, debido a que allí existe el Instituto de Formación de Gendarmes «Gendarme Félix Manifior» cuya misión oficial es “formar y capacitar a los aspirantes a Gendarmes en los dominios moral, intelectual y físico, en su ámbito de responsabilidad y de forma permanente, obtener y perfeccionar conocimientos, destrezas y aptitudes en el desarrollo de la educación e instrucción operativa, de la disciplina y el orden interno para su buen desempeño” (Ministerio de Seguridad de la Nación). Sin embargo, mientras la Gendarmería se dedica a revisar en forma minuciosa a jóvenes, no mantiene guardias fijas en muchos de los principales valles cordilleranos del propio Departamento. ¿Imaginan si Gendarmería tuviese una formación ambiental y custodiara la conservación de nuestros bienes comunes en las fronteras? ¿Imaginan si Gendarmería colaborase en el aforo de ríos, arroyos y mediciones de nieve? ¿Imaginan si Gendarmería fuese más eficiente en el control de los crianceros, que generan actividades en las vegas cordilleranas y sobre los que han pesado históricamente prejuicios extranjerizantes?
En la práctica, ser objeto de alguno de los retenes de Gendarmería, es más fácil si uno es considerado “joven” a los ojos de los uniformados, se profundizan las chances de que el “azar” te haga objeto del operativo, si se posee barba y se luce de una forma que podríamos catalogar como “jipona”. Como quien escribe no puede escapar de estas performances estereotipadas por oficiales de Gendarmería, pudimos notar, mientras nuestro vehículo era totalmente desarmado, que quienes viajan con una conformación del grupo más similar a una “familia tipo” eran invitados a continuar su viaje sin mayores molestias, con la clásica señal de “siga siga”. Incluso, podemos sumar el testimonio de quienes manifiestan jamás ser objeto de un control cuando viajan con su grupo familiar “tipo”, pero sí ser revisados siempre que transitan solos o con grupos sociales que no se componen como lo ordena el mandato de la familia tradicional.
Mientras uno está siendo consultado en forma prepotente acerca de qué lleva y cuáles son sus pertenecías personales, ve cómo las manos con manga verde oliva de un oficial armado palpan y revisan cada bolsillo, cada rincón del auto, con guantes de látex negros, se siente cuanto menos, sospechado de un crimen. Los controles llegan al punto de revisar billeteras, tener que mostrar billete por billete, abrir toallas sanitarias, revolver ropa y todo tipo de actos de sometimiento. Las preguntas son reiterativas y parecen dudar de las afirmaciones efectuadas “están seguros que no tienen nada chicos, es mejor que nos digan si traen algo”. ¿Qué buscan entre nuestras pertenencias? ¿Por qué suponen que somos los jóvenes quiénes podrían ser contrabandistas? ¿Si la pandemia aflojó por qué se mantienen estos retenes? ¿Qué pasó con la primigenia tarea gendarme del control de fronteras? ¿Vivimos más seguros sosteniendo esta clase de operativos?
Estos interrogantes parecen irresolubles, pero la verdad es que no podemos acostumbrarnos al sometimiento por parte de la Gendarmería. No resulta viable que, para garantizar la seguridad de nuestros valles, cada joven civil sea un potencial sospecho. Estos estereotipos parecen propios de las épocas más oscuras de la historia argentina.
Es posible afirmar que, frente a los grandes problemas de Estado, detener y revisar a civiles sólo desvía el objetivo de la seguridad nacional, espectacularizando las poquísimas ocasiones en la que encuentran un par de porros. Estos tiempos parecieran marcar una paradoja: tenemos fuerzas de seguridad impotentes, incapaces de realizar tareas de control efectivas, de ocupar cada puesto fronterizo en el mundo cordillerano, en contraposición a un despliegue de fuerzas que criminalizan jóvenes en las inhóspitas rutas de San Juan. Lo que resulta indescifrable es si estas fuerzas realizan estos controles producto de la orden política de algún funcionario nacional o si, peor aún, han adquirido grados de autonomía que les permiten comportarse de esta forma, desconociendo a las autoridades democráticas. Sea cual fuere el motivo, es indudable que este es uno de los varios puntos que alejan al Frente de Todos de las Juventudes.
Sonia Torti, abogada, docente de la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad Nacional de San Juan, especialista en criminología, afirmó hace semanas en una entrevista radial en Radio Comunitaria la Lechuza, que San Juan tiene uno de los más bajos índices delictivos de la Argentina y que la idea fomentada mediáticamente de que existe en términos generalizados un incremento de la inseguridad, no puede respaldarse estadísticamente. Pese a esta afirmación, enunciada por una profesional que realiza abordaje científico de las prácticas de policiamiento en la Provincia de San Juan, vemos multiplicarse la presencia de Gendarmería en las rutas ¿Es esta la forma de combatir el crimen organizado? ¿Es esta una forma eficiente de combatir el contrabando? Cabe recordar, para algún desprevenido, que Gendarmería en su carácter de fuerza nacional, depende del Ministerio de Seguridad de la Nación, es decir de Aníbal Fernández. Sería óptimo que el último jauretcheano, como es definido el nuevo ministro entre su círculo propio, pudiera tomar conocimiento de lo que acontece en todo el país, para abordar la compleja situación que representa este avance con controles discrecionales e inconducentes.
Resulta urgente que los centinelas de la Patria vuelvan a tener funciones que garanticen la Soberanía, por ejemplo impedir que un inglés como Joe Lewis, amigo personal del ex presidente Macri, sea dueño de Lago Escondido en la Patagonia Argentina. No es posible continuar re-actualizando el octubre Pilagá, como hace días ocurrió en El Bolsón en la comunidad Quemquetrew, donde fue asesinado un joven mapuche de 29 años, en un episodio donde se está investigando la posible participación de miembros de las fuerzas. Otro rol para la Gendarmería Nacional, puede y debe ser posible, nuestro pueblo construyó un consenso que se hizo al grito de Nunca Más. Sabemos muy bien que a los miembros de las fuerzas les gustaría que existiera menos recelo con la sociedad civil, sabemos que ningún gendarme quiere ser representado como un represor. Debemos pensar en una integración de la Gendarmería Nacional, lo necesitamos como país, pero esto no es dilapidando recursos públicos en la criminalización de la juventud.
Mientras el presidente, Alberto Fernández, busca instalar el debate por la despenalización de la marihuana, incluso en relación a su uso recreativo, Gendarmería Nacional está apostada en rutas en territorio de las provincias, revolviendo la pertenencia de todo joven que resulte sospechoso ante sus ojos, en búsqueda del tesoro escondido: encontrar un par de porros. En el intento de no caer estigmatizaciones sobre el personal de las fuerzas de seguridad, no reproducimos reduccionismos violentos como “muerte a la yuta” y demás recurrencias militantes, reclamamos por una reasignación de funciones a una fuerza que entendemos abandonó los puestos fronterizos para dedicarse a sospechar e intimidar civiles. No podemos acostumbrarnos, ni en un barrio del Gran Buenos Aires ni en el hermoso valle de Calingasta.
Las inhóspitas rutas sanjuaninas generan una mayor indefensión, frente a un uniformado que nos hace sentir el rigor de su “autoridad”. Las voluntades políticas, en todos los ámbitos, deberían tomar nota de estos procedimientos. No nos acostumbremos, aún estamos a tiempo.