Ecos de ancestralidad: lo que fue, sigue vivo

¿Qué pueden aportar las narrativas ancestrales a nuestro presente? Hablamos con José Casas, sociólogo e investigador de la Universidad Nacional de San Juan, sobre la vida de Felipa Rojas, “La Médica de la Alfalfa”

“Me vino de un momento a otro”

Preguntar. Pero no sólo verbalizar la duda, sino dirigirla a alguien que nos conoce y, a la vez, no, tiene sorprendentes resultados. Previo a una reunión de amigos, le pregunté a uno de los invitados qué tema se le ocurría para hacer una nota: hace tiempo me vengo repitiendo (la comodidad narcotiza) y presentía que su opinión iba a ofrecerme un escape. Luego de pensarlo unos segundos, me dijo “¿Y si la haces sobre ‘La Vieja de la Alfalfa’?”. Me reveló la punta de un ovillo. Las posibilidades del tema me capturaron al instante: volver al origen y al fin de todo es una de mis pasiones.

De la historia, sólo conocía lo básico: una mujer de un pueblo alejado de la Ciudad de San Juan que, gracias a su fama de curandera, tenía renombre provincial y nacional. ¿Cómo adentrarme entonces en el mito de alguien que había fallecido en 2010? ¿Por dónde empezar? Luego de mucho preguntar di con quién se convirtió en el primer capítulo de este relato. Listo. Contaba con un índice: había que tomar valor y comenzar la lectura. 

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El currículum del entrevistado era atractivo. José Casas. Sociólogo sanjuanino. Trabajador de la Universidad Nacional de San Juan con numerosas obras publicadas. Ferviente luchador por causas de Derechos Humanos, que va y viene de su pueblo natal (Jáchal) a la ciudad Capital de San Juan. Curioso: en todos estos años su tonada no ha perdido la musicalidad jachallera y ha ganado en sabiduría.

José Casas

En 1994, José, junto a un grupo de colegas, comenzó una investigación sobre medicina popular en San Juan para su tesis de posgrado y el primer indicio sobre el tema fue Felipa Rojas Alcayaga, “La Médica de la Alfalfa”. ¿Quién era esta mujer? José Casas conocía ese nombre desde su juventud en Jáchal, por lo que su interés científico estuvo fuertemente impulsado por el amor a la querencia: “En Jáchal se nos aparecía en lo que la gente decía. Lo que estaba en la conciencia popular acerca de Doña Felipa como una persona con ciertas características especiales como curadora. Como la llamada ‘Médica de la Alfalfa’. Médica en el sentido del concepto popular de médica, como quien trabaja para el Bien. Es la antítesis de la bruja, que trabaja para el Mal y hace daños. Y de La Alfalfa, por el lugar donde ella vivía, en Tudcum (localidad del departamento sanjuanino de Iglesia)”, expresó José.

¿Cómo abordar entonces a esta persona, siendo él un extraño en su vida? ¿Un “bicho molesto” que necesitaba introducirse en una realidad que le era en gran parte ajena, en vías de finalizar su trabajo? El investigador habló con pacientes y no con estadísticas. Luego, esos mismos diálogos lo llevaron a tímidos acercamientos a ella y, lentamente, conoció de dónde venían sus saberes. Halló las raíces. 

José Casas entiende que, en cualquier comunidad, la medicina popular trabaja desde el conocimiento empírico, lo que pone en una encrucijada al mundo académico cuando éste intenta controlarla. Y, además, tiene una gran raigambre. Acompaña a la conformación misma de los pueblos: “Las prácticas sociales van insoslayablemente unidas con un conjunto de saberes, conocimientos y creencias. No hay practicismo ni teoría pura”, expresó.

Respecto a los saberes propios de Doña Felipa, ¿de dónde venían? Para José, en “La Médica de la Alfalfa” había dos líneas claramente diferenciadas. La primera, europea, ya que era una especie de “uróloga popular”: hacía “lectura de aguas”. La otra, originaria. Indígena capayán. Una cosmología que unía intuición junto con naturaleza.

Fotografía de Doña Felipa

Nos adelantemos un poco en la narración e imaginemos la siguiente escena. Una persona enferma llegaba a la casa de Doña Felipa trayendo consigo la primera orina del día. La Médica la colocaba en un vaso de vidrio mientras hablaba de temas generales y mantenía una actitud calma. Luego, colocaba el vaso frente a los rayos del sol y miraba las formas que éstos dibujaban en una hoja en blanco. Formas que sólo ella descifraba. Aquí, su actitud se tornaba concentrada: mientras leía la hoja, preguntaba sin dudar. A continuación, el diagnóstico. Doña Felipa señalaba zonas afectadas en la hoja. Su voz cambiaba y hablaba con seguridad. Entraba en un trance. Finalmente, dictaba un tratamiento con remedios naturales, sus formas de aplicación y tomas diarias, pensando, vacilando, mas nunca abandonándose al silencio. Todo esto era definido por ella como “rografía solar”, su término para conceptualizar una radiografía de la orina que el sol le revelaba.

Tabla elaborada por José Casas en base a su investigación (1994)

Traigamos a la actualidad las inquietudes primeras de José. ¿Desde dónde entender este fenómeno siendo un sociólogo en 1994? El investigador evidenció que se trataba de un saber aprendido de generación a generación, desde la premisa de que la misma naturaleza nos brindaba la posibilidad de una salud integral, entendida esta como alimentación equilibrada y tratamientos naturales para sus desbalances. Pero había algo más. Un poder extrasensorial. Una clarividencia. Un don. Algo que escapaba a su metodología de científico y que, a la vez, se le manifestaba como algo que la colonización y la Modernidad habían procurado invisibilizar, pero que no habían podido eliminar.

Fragmento de Tesis

“M’hija, si con esto se nace”

Felipa Rojas Alcayaga nació el 14 de febrero de 1906 en La Gran China, una pequeña zona de Jáchal. Siendo niña se trasladó junto a su familia a La Ciénaga de Huachi, zona precordillerana de Los Andes, y luego, a La Alfalfa, residencia que le dio su característico apodo. A los diez años ya curaba las dolencias de sus vecinas y vecinos y, a los doce, asistió a una mujer en un parto. Tomando las palabras de Doña Felipa de la investigación de José Casas,Era una cosa como un coraje que tenía yo (…). Yo qué sabía, si nu’había visto tener familia. Y la fui ayudando hasta que nació la criatura (…). Todo era una cosa como si me dijeran ‘Hacé esto, hacé esto otro’. Por Dios que está en los cielos y en esta tierra que piso y la luz que me alumbra. Mira, no me voy a equivocar si te voy a decir que a mí me iban agarrando la mano”. Lo sagrado la movía.

José me facilitó material de su investigación. En nuestra charla, me leyó parte de la entrevista que le realizó a Doña Felipa, específicamente las sensaciones que ella tenía ante la “rografía solar”: “A mí me va avisando el cuerpo solo. Yo veo todo el cuerpo. Es como si estuviera soñando un sueño. Veo en el enfermo la enfermedad que tiene. Yo la veo en el acto y se la comento. Y así van las curaciones adelante. Sin un equívoco de nada. Y es una cosa como si me avisaran y es una cosa que cada vez se me va despertando más (…). Porque esto no es un estudio, esto es otra cosa, que viene de otro lado. De Dios, de quién más va a ser (…). Si no fuera por eso no los curaría”. En el relato de José, escuchaba más su entusiasmo de juventud que el significado real de sus palabras. La escuchaba a ella.

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José Casas entendió que esta capacidad de curar de la “Médica de la Alfalfa”, todo su universo simbólico, se oponía directamente a la medicina occidental, instaurada mundialmente como la norma de tratamiento y cura de cualquier dolencia. En palabras de José, “Es un saber y una práctica que se va extinguiendo y tiene que ver con el influjo poderoso del desarrollo de prácticas e imposiciones de la medicina científica como un sistema que se extiende por todos lados y llega a las zonas más alejadas”.

El investigador estaba frente a un reto. ¿Con qué herramientas resolverlo? Acudió a lo propio. Por un lado, una fuerte conciencia de clase obrera (en su familia era la primera generación de egresados universitarios). Por el otro, su pertenencia a Jáchal. Ambos aspectos lo ayudaban a entender cómo la medicina occidental etiquetaba de primitivas esas prácticas y las ocultaba.

Recapitulemos. Una médica popular dictaba su diagnóstico (tanto José como sus colegas entendían que no se escribía debido a que la medicina popular estaba considerada como “ejercicio ilegal de la medicina”) y sus saberes le eran dados por la observación y práctica elementales, amparados por la ferviente creencia tanto de la médica como del paciente en la curación (¿No es acaso lo mismo que logra un placebo?), pero existía una falta de coherencia en el tiempo, ya que gran parte de los conocimientos eran disgregados. ¿Había que tomar todo con pinzas esterilizadas?

Como José adelantó, la medicina popular formaba a médicas (rara vez, médicos) para que estuviesen del lado del Bien. En Doña Felipa la expresión simbólica de esto era a través de estampas de santos ubicadas en su terreno, reforzando la idea de que lo suyo era un don otorgado por Dios. Y, además, una médica podía resolver los males infringidos por quienes trabajaban para el Demonio. Para el Mal: las Brujas. Doña Felipa negaba haber curado maldades de la gente pero quienes la conocieron, sentían que lo ocultaba. Decían que era una luchadora contra todos los males de este mundo.

Recortes periodísticos

“¿Qué es la vivencia que tiene usted?”

Nos situemos en el presente. ¿Qué discursos encontramos en San Juan y en Argentina sobre lo ancestral? José Casas apela a su experiencia e identifica tres escenarios. Uno es el de las narrativas oficiales, caracterizado por una cada vez mayor extensión de la racionalidad instrumental del Capitalismo; una eliminación de los saberes, de la conciencia popular; la instalación de nuevas mitologías que convierten cada acción en bien de consumo; la expropiación de lo ancestral para su posterior explotación; una triple colonización: la española, la criolla de cada incipiente nación del siglo XIX y la actual, neoliberal. Otro, de contra-narrativas, esboza la posibilidad del cambio del paradigma capitalista; un mayor diálogo de la ciencia con lo popular, citando como ejemplo el tratamiento de una persona enferma con los aportes tanto de la medicina occidental como de la popular; la conservación de los saberes desde la resistencia; la interculturalidad para una sociedad más equitativa. Entre ambas narrativas surge un último escenario, caracterizado por discursos negacionistas de las esferas públicas (principalmente, medios de comunicación o grupos políticos) hacia los pueblos originarios; el entendimiento de que lo popular ya no equivale más a revolución; el ocultamiento de las propias raíces para la supervivencia. José sintetiza esto último con un dejo desolador: “En ellos, la posición de dominación hizo que, como ellos mismos dicen, ‘Los abuelos nos dijeron que ocultáramos quiénes éramos para sobrevivir’. Eso los llevó casi a extinguirse culturalmente”. 

“Lo que tenemos adentro para dar en la tecla con el remedio”

En las palabras de José Casas, se cuelan Aníbal Quijano y Rita Segato. Es que José proponía en sus reflexiones de jachallero intrépido las mismas ideas de Quijano y Segato sobre hibridación, giro decolonial, de la raza como algo descubierto por los europeos en el mismo momento que llegaron a saquear nuestras tierras. “¿Qué podemos hacer desde las universidades y como ciudadanía ante esta realidad?”, le pregunté. Para el investigador, las universidades suelen tomar dos posicionamientos opuestos ante la situación de los pueblos originarios y de sus saberes. Por un lado, el positivista, que suscribe a la documentación histórica y confirma en base a ella la desaparición definitiva de estas comunidades, etiquetando a quien se presente como indígena como un farsante. Un neo-indígena. Por otro lado, una visión crítica que tiene en cuenta la autopercepción de la persona, la cual conserva en su propia narrativa un fino hilo de ancestralidad. Es revalorizar las voces históricamente negadas y pelear contra la antropología más conservadora. 

José también busca interpelar a la ciudadanía. Para él, es un actor fundamental que debe entender que la lucha por reivindicar a los subalternos para así cambiar las condiciones materiales de existencia es permanente. Como sociedad debemos construir un horizonte resolutivo y trascender la realidad actual. Tener una visión de un sistema social renovado: “Esa idea de un mundo mejor no se pierde: se va a transformar. Sino, nos dominan para siempre. Y un sistema no puede cerrarse dialécticamente en la historia. Todo sistema social tiene un origen, desarrollo y fin y allí surge otro nuevo. Podemos confiar en que el nuevo va a ser superior”.

El investigador no quería terminar la entrevista sin la autocrítica. José siente que hay que encontrar alternativas en otras epistemologías. No en concepciones europeas o norteamericanas para analizar la realidad latinoamericana sino romper con las categorías dominantes en vías de crear y recrear nuevas concepciones que nos descolonicen y cuestionen las formas de ver y de vernos. 

Tanto al final como al principio, pienso en mi premisa original: preguntar. En lo importante que es verbalizar nuestras dudas en una sociedad que tiende a silenciarnos. Encontrar en la comunicación algo más que lo instrumental. Pienso entonces en Felipa y en José. ¿Por qué volver a estas personas hoy, después de casi treinta años de una investigación concluida? Porque en sus palabras, hay algo a ser descifrado, que actúa como ley inmutable de la naturaleza. Si. Una salida a lo fútil de nuestras vidas.

*Los intertítulos son citas textuales de Felipa Rojas Alcayaga, entrevistada por José Casas en 1994

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