¿Descubrió Rusia petróleo en la Antartida?

Un presunto hallazgo de petróleo volvió a poner sobre la mesa la sostenibilidad del Tratado Antártico y el reclamo territorial de la Argentina.

Lo publicó el diario británico The Telegraph: Rusia ha descubierto petróleo en la Antártida. El título de la nota dice algo así como “Rusia encuentra vastas reservas de petróleo y gas en territorio antártico británico”. Ante todo, la audacia de los ingleses en asumir un territorio como propio cuando está en realidad en disputa: esa porción de la Antártida es reclamada por la Argentina, Chile y Reino Unido. En este caso hablamos específicamente de la región comprendida por el Polo Sur hasta la Península Antártica y el Mar de Weddell.

El descubrimiento en cuestión sería tan importante que tendría 30 veces la extensión de Vaca Muerta. El hecho de que detrás de esto estuviese una agencia rusa trajo toda una serie de especulaciones sobre si Moscú, en medio de su guerra con Ucrania, está realizando exploraciones petrolíferas y de gas con fines militares. Eso sería un problema teniendo en cuenta que la explotación de recursos naturales en la Antártida está terminantemente prohibida.

La verdad es que hay indicios de este hallazgo desde el año 2020. Tomó notoriedad recién ahora a partir de un informe que se dio en el parlamento británico acusando a Rusia de hacer trabajos de prospección petrolera y gasífera en la Antártida, un “preludio de la instalación de plataformas de perforación para explotar la prístina región en busca de combustibles fósiles”.

Acaba de terminar la reunión anual de los signatarios del Tratado Antártico en la India y con ello tenemos quizá algunas variables más para analizar lo que ocurrió.

El descubrimiento

Aparentemente, Rusia identificó aproximadamente 70 mil millones de toneladas de petróleo y gas enterrados bajo la plataforma antártica. Dicen que el tamaño de la reserva permitiría producir unos 511.000 millones de barriles de petróleo, suficiente para satisfacer la demanda mundial durante 14 años”, informa el diario The Telegraph. Esa fue la información presentada el pasado mes de mayo ante el Comité de Auditoría Ambiental (EAC) de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.

El hallazgo fue el resultado de una serie de estudios que llevó adelante el buque Alexander Karpinsky, operado por Rosgeo. Rosgeo es una agencia rusa que se enfoca en la búsqueda de recursos minerales para su explotación comercial. Desde que fue fundada en 2011, ya ha identificado más de mil yacimientos de gas, oro y otros recursos en todo el mundo de la mano de las 63 empresas que la conforman.

¿Cuál sería el problema entonces con respecto a este descubrimiento en particular? El parlamento británico estima que estos estudios por parte de Moscú podrían ser el “preludio de una apropiación de recursos, en un momento en que el régimen de Vladimir Putin está siendo presionado económicamente por las sanciones occidentales”. 

Aunque no hay manera de probar esta acusación, la noticia sin dudas sacude a la comunidad internacional y en especial a los países que tienen un reclamo territorial sobre la Antártida. Es que la Argentina, como los demás, acordaron someterse al Tratado Antártico que rige esa parte del mundo.

Tierra de nadie

La Antártida técnicamente no le pertenece a nadie. Sí, hay países que hicieron un reclamo de soberanía sobre el territorio. Nuestro país, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Gran Bretaña. Pero el Tratado Antártico firmado en 1959 de alguna manera congeló esos reclamos para dar lugar a un “continente de ciencia y de paz”.

Eran tiempos de la Guerra Fría y se buscaba resguardar a la región de la disputa que se estaba dando a nivel global y protegerla en términos ambientales. Es que más allá de que la primera imagen que tenemos de la Antártida sea la de un lugar inhóspito cubierto de hielo, lo cierto es que hablamos de la mayor reserva de agua dulce en todo el mundo con un enorme potencial en términos de la explotación de distintos recursos. El cambio climático y el consecuente deshielo hace esta realidad mucho más cercana.

Sin embargo, el Tratado Antártico justamente prohíbe cualquier actividad de ese tipo. Más de 50 países acordaron que, por ahora, sólo se pueden realizar estudios científicos en el terreno. A su vez, el Protocolo sobre Protección del Medio Ambiente (1991) en su artículo 7 hace explícita la prohibición de la actividad minera, mientras sí autoriza la investigación científica sobre recursos minerales.

¿Por amor a la ciencia?

Con la tensión generada por las sospechas sobre Rusia, se pone sobre la mesa un dilema: la ausencia en términos legales de una definición precisa sobre lo que constituye o no una “investigación científica” a los efectos de lo que está permitido en la Antártida. ¿Qué tan difusa es la línea entre lo científico y la prospección?¿Han alcanzado los propios científicos un consenso en la materia? Desde La Mecha conversamos con Sebastián Correa-Otto, doctor en Geofísica, investigador de CONICET y docente de la Universidad Nacional de San Juan.

Dicen que la agencia rusa estuvo haciendo estudios de sísmica en la Antártida en los últimos años. Sebastián nos explica que un trabajo de sísmica implica “utilizar una fuente que genere ondas elásticas”. Según el doctor en Geofísica, “extendiendo un tendido de registro, los geófonos recuperan las ondas elásticas que vuelven del suelo y entonces conociendo cómo son las ondas al salir, viendo cómo han llegado deformadas, podemos interpretar cómo está formado el medio, cómo está formada la tierra.” Pero asegura que existen también otros métodos, incluso la posibilidad de hacerlo de forma marina, emitiendo pulsos de sonido a través de un buque. Una vez que se tienen estudios previos, recién ahí se hacen las perforaciones. En ese sentido, Sebastián aclara que “se puede saber si hay hidrocarburos con análisis visuales de geólogos en campo, pero para saber cuánto hay, qué tipo, es casi fundamental hacer análisis de sísmica y después los de pozo para confirmar al 100%.”

No hay mucha información al respecto de qué tipo de estudios exactamente ha estado haciendo Rusia en la Antártida. Pero, a los efectos del debate que fogoneó el Reino Unido, sí es importante entender que no es lo mismo hablar de una investigación científica que de un estudio de prospección o de prefactibilidad. La clave está en el fin. “Si alguien realmente está haciendo una investigación científica pura, no lo hace con el fin de obtener una ganancia material sino para avanzar el conocimiento de la humanidad. Ahora, si se está haciendo prospección es específicamente por el hecho de que se quiere explotar en algún momento, y se está invirtiendo para obtener luego un rédito”, explica Sebastián. Pero, como todo, es más complejo: hay un punto en el que esas líneas dejan de estar tan claras. Según el investigador de CONICET, los científicos también tienen que someterse a los intereses de las empresas cuando no consiguen fondos en otra parte (ay ese valor hoy olvidado de la importancia de que un Estado invierta en ciencia) o incluso sucede que las empresas utilizan los resultados de investigaciones científicas que se hacen públicas.

En cualquier caso, para Sebastían “sería muy difícil acusar a Rusia de haber hecho su estudio de prospección, cuando ellos fácilmente pueden decir que estaban estudiando geológica y geofísicamente la Antártida, algo completamente válido y que seguramente están haciendo todos los países: no es que alguien lo haga sólo por el amor a la ciencia, siempre hay intereses detrás”.

¿Y entonces?

Después de la polvareda levantada por el parlamento británico y la nota de The Telegraph acusando a Rusia de violar el tratado que rige las actividades permitidas en la Antártida, fueron varios los países que alzaron la voz. La cancillería argentina anunció que iba a solicitar una explicación formal a Rusia y el presidente de Chile, Gabriel Boric, fue un poco más enfático al afirmar que se opondrá a cualquier explotación comercial de minerales e hidrocarburos en la Antártida.

En ese escenario arrancó a fines de mayo en Kochi, India, la 46ª Reunión Consultiva del Tratado Antártico, una especie de cumbre de naciones que hacen anualmente los signatarios del tratado. Se esperaba que Rusia fuese fuertemente cuestionada por la información que había salido a la luz, los supuestos planes de extraer combustibles fósiles. Sin embargo, después de 10 días de reunión, ningún comunicado hace referencia alguna al hecho. El del gobierno argentino, posterior al encuentro, sólo habla en términos generales y hace mención especial a la decisión de comenzar a desarrollar un “marco integral” para regular el turismo antártico. De Rusia, nada.

Esto demuestra que, por ahora, todo ese revuelo no fue más que especulación: que no hay nada nuevo, que Rusia no está infringiendo el acuerdo o que al menos no hay pruebas suficientes en su contra. De hecho, ni bien iniciado el drama en el Reino Unido, Jane Rumble, jefa del departamento de regiones polares del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido le dijo a los parlamentarios que “no hay ninguna evidencia que indique una violación del tratado. Necesitaría equipos diferentes entre la topografía y la explotación real. Pero sí, lo estamos vigilando muy de cerca y Rusia ha sido abordada sobre esto antes y ha asegurado en múltiples ocasiones que se trata de un programa científico.”

De cualquier manera, lo que pasó pone sobre la mesa una discusión inevitable que tendremos que dar en algún momento. Mientras constantemente se refiere a la Antártida como un “continente de paz”, no es cierto que las disputas se hayan saldado. Al fin y al cabo, el tratado lo que hace es congelar los reclamos, no eliminarlos. El 2048 marcará un hito importante en el calendario siendo ese el año previsto para revisar el Tratado Antártico y posiblemente incorporar modificaciones. 

¿Será el levantamiento de la prohibición de la explotación de hidrocarburos una de ellas? No lo sabemos, pero bien haríamos en ir pensando los posibles escenarios y el rol que tendrá la República Argentina en la reconfiguración de las reglas. Sobre todo porque más allá de una demonización a Rusia -basada en acciones concretas por fuera del derecho internacional de parte de ese país, también hay que decirlo-, el resto de las potencias no ha sido necesariamente más ética en la histórica disputa global por los recursos naturales.

Pensando a futuro, Sebastián Correa-Otto opina que la Antártida debería preservarse tal como se ha hecho hasta ahora, pero en caso de que eso cambiase en 2048,  “tendrían que estar muy claras las reglas de cómo debería realizarse la explotación y los cuidados para llevar toda la maquinaria y lo que implica ir a obtener ese tipo de recursos: la movilización que hay que hacer de gente, el tratamiento de los desechos, lo que implicaría ese gasto y el impacto que tendría”, asegura.

¿Tendríamos como país la capacidad de explotar esos recursos si se levantara la prohibición de hacerlo? ¿Nos habilitarían a ello las grandes potencias? ¿Cómo se repartiría la torta? ¿Nos conviene entonces que se modifique el Tratado Antártico? Son esas algunas de las preguntas que nos están pisando los talones.

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