Burocracia vs. Arte: una lucha milenaria

Ante la burocratización para gestionar espacios para música en vivo, La Mecha buscó respuestas a través de referentes de la cultura local.

Si pensamos a los espacios culturales como parte integral del patrimonio comunitario, el debate en torno a la cultura popular se allana y, a la vez, muestra sus complejidades. Problematizar el tema ayuda a develar una situación que ralentiza el crecimiento de las producciones culturales y que no deja de repetirse año a año: la burocratización de lo público y la lucha de intereses por plantear una mirada sobre qué se entiende por cultura. 

Terraza 420

Terraza 420 es un bar ubicado por Av. Libertador entre calles Ramón y Cajal y Ameghino, Capital. Es una zona eminentemente comercial y nocturna y que al mismo tiempo choca con otros intereses públicos: actualmente, debido a resoluciones gubernamentales, el bar no puede ofrecer espectáculos en vivo.

Según los gestores del bar, esta avenida está considerada por las autoridades municipales como “zona saturada”: de hecho, existe una ordenanza de la década del ’80 que impide la actividad musical, la cual no ha tenido modificaciones en todo este tiempo: “En todos estos años, la ciudad se ha expandido y la Avenida se ha llenado de locales comerciales, principalmente gastronómicos: no solo peleamos contra una ley antigua sino a favor del crecimiento comercial”.

Un tema problemático al pensar un local para música en vivo suelen ser las quejas de las y los vecinos sobre ruidos molestos. En el caso de Terraza 420, no existen éste tipo de denuncias ya que el bar se encuentra entre otro local nocturno y junto a una estación de servicio y una iglesia, que igualmente no parece ser un factor determinante para su habilitación. Para los gestores, lo ideal sería llegar a un consenso de horarios y decibeles con las autoridades municipales: “Lo único que queremos es laburar y dar laburo”, resaltan.

Desde el bar entienden que la gestión de un espacio es una problemática común a todas y todos quienes trabajan por estos lugares y que una autorización más directa y un fomento de parte del Estado provincial redundaría en un aporte enorme a la cultura: “Necesitamos que el Estado entienda que no le conviene que no haya actividad musical. Por un lado, ofrecemos trabajo (a las/os artistas, sonidistas, gente encargada de marketing y todo el personal gastronómico) y las/os músicos traen su público: es un ida y vuelta. Por otro lado, es un fomento económico: el dinero se invierte dentro de la provincia. Y, por último, es un aporte a la cultura: son nuevos espacios para hacer música y otras actividades. En Terraza 420 se han realizado intervenciones de teatro, muestras de artes visuales y ferias de emprendedores: todo eso funciona gracias al público y a que la gente banca estos espacios y sus actividades”.

Secretaría de Cultura, Educación y Turismo de Capital

Una de las voces gubernamentales en torno a la habilitación de espacios son los municipios. Según Mariano Graffigna, Secretario de Cultura, Educación y Turismo de la Municipalidad de la Capital, el primer ente público involucrado en las habilitaciones es la Dirección de Planeamiento y Desarrollo Urbano, área que otorga factibilidad y viabilidad, los certificados que habilitan a ejercer actividades comerciales. Luego, entra en escena el municipio, que realiza un estudio de prefactibilidad y encuestas vecinales sobre ruidos molestos, entradas y salidas de público, horarios de cierre, recolección de residuos, entre otros temas, para corroborar si estos locales son aceptados: “Se está tratando de llegar a un acuerdo para que estas cuestiones de derechos contrapuestos sean amables y que exista convivencia entre el privado, el vecino y el municipio, que está de mediador entre estas dos partes”. 

Graffigna aclara que la figura del bar/pub es difícil de encuadrar en la de espacio cultural. En otras provincias como Buenos Aires o Córdoba se está debatiendo crear la figura de “bares musicales”, espacios que trabajen en horarios predeterminados con artistas, preferentemente cerrados y, en el caso de ser al aire libre, que tengan restricciones en cuanto a emisión sonora. En la capital sanjuanina, se está trabajando en el “Plan Estratégico Capital”, un conjunto de acciones que respondan a las demandas de la comunidad, entre ellas las de los espacios culturales, para así potenciar al municipio y la participación ciudadana. 

Para Mariano Graffigna un punto a trabajar por los gestores es la Responsabilidad Social Empresaria, desde el tener diálogo constante con las y los vecinos y generar un vínculo, sonorizar el lugar, colocar seguridad permanente y trabajar en las horas pactadas: “Cuando existe un espacio cultural, implica valor agregado. No es solo una cuestión comercial: es un espacio donde un artista va y se fomenta la cultura de la provincia”. Igualmente, el Secretario reconoce que lo que complejiza esta situación es la intervención de múltiples actores como gobierno provincial, turismo, planeamiento, municipio, el mismo privado, los artistas, entre otros. 

¿Qué hay de los espacios en lo que se presenta una banda y luego se realiza una fiesta o intervenciones artísticas? Frente a la pregunta, Graffigna dictamina: “Si vos tenés un espacio que está habilitado como local bailable, llevas una banda y la haces tocar de 22 a 01h y después de 01 a las 05h tenés barra, es un boliche. No es un espacio cultural”. Para él, es fundamental crear una nueva nomenclatura con definiciones concretas, en vías de cuidar al sector cultural y no afectar a otros: “¿Pueden convivir, yendo a la pregunta que vos me hacés, se puede generar un espacio así? Sí. Hay que ver si es de carácter habitual o eventual, tener en cuenta los metros cuadrados que tienen esos lugares y, en base a eso, la cantidad de personas que pueden ingresar. Además, los decibeles que tienen tanto dentro como fuera de los locales, si lugar está en una zona residencial. Es muy importante que tengan en cuenta que se trata de trabajar en conjunto entre particulares, los dueños de los espacios y la municipalidad”.

El Secretario de Cultura destaca que otro de los problemas que tienen desde el municipio es Desamparados. Se trata de uno de los distritos capitalinos con mayor ocupación residencial y que, a su vez, ha crecido a nivel comercial y cultural en contrapartida al microcentro, un espacio con una ocupación menor, más propicio para establecer centros culturales: “Habría que armar un plan de incentivos para que estos proyectos culturales se coloquen en el microcentro, aprovechar que hay estacionamiento y que los colectivos pasan primero por ahí. Tenes algunas ventajas comerciales que son beneficiosas y hacen que los dueños de estos espacios no tengan problemas residenciales con vecinos, como a lo mejor sí los tienen en Desamparados”.

Alba Sánchez, artista, docente y gestora cultural

Alba Sánchez es baterista de Juana Sonora, docente de Artes Visuales e integrante de la Organización de Músicos Autoconvocados (OMA). Para ella, sigue siendo muy difícil encontrar lugares para tocar, sobre todo para bandas de rock. La excepción aparece cuando el Estado provincial organiza grandes eventos, como la Fiesta Nacional del Sol. Caso contrario, la situación es compleja: “Es difícil llevar adelante un proyecto musical, hay muchas trabas burocráticas: las bandas organizan sus presentaciones en vivo pero con ayuda permanente de gestores culturales y dependiendo muchas de la generosidad de los espacios autogestionados”.

Para Alba, esta realidad es una constante en sus años como música y nota que cada vez hay más lugares clausurados o con mayores dificultades para la presentación de bandas en vivo. Frente a ello, la comunidad artística ha presentado a Gobierno propuestas para generar mayor habilitación de lugares para tocar en vivo, crear figuras para velar por los derechos laborales de los y las músicas y asegurar un mayor apoyo estatal que no dependa de un momento político. Ante ello, las respuestas han sido subsidios, articular con bares y privados para desarrollar eventos (por ejemplo, durante la etapa más dura de la pandemia de COVID-19 se generó un proyecto donde el Estado le pagaba al músico por tocar en bares determinados, pero, teniendo en cuenta que se trata de un sector grande, las respuestas son insuficientes.

De todos modos, como muchas y muchos trabajadores, Alba ve una salida en lo colectivo, en la presión que pueden ejercer en el debate las asociaciones de músicas y músicos: “Es fundamental que las asociaciones trabajen como intermediarios entre los trabajadores de la cultura y el Estado. Necesitamos representantes que tengan experiencia en el rubro y que propongan modalidades más coherentes. De otra manera la comunicación es muy difícil, por no decir, imposible”.

En esta trama tan compleja, ¿quién tiene la razón? Cada uno de los actores tiene sus intereses y pelean por establecerlos. Cabe entonces a las y los artistas y a quienes gestionan espacios un combate gramscieano por una cultura comunitaria y popular que gane mayor representatividad y hegemonía en la agenda pública.

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