La pelota no se mancha, ¿o sí?

Mucho se ha dicho sobre esta Copa del Mundo y los derechos humanos. Desde Qatar te contamos la posta sobre cómo se vive el primer Mundial en el mundo árabe.

La Argentina empezó con el pie izquierdo en uno de los mundiales más polémicos que hemos vivido hasta ahora. O al menos así lo han querido presentar los medios de comunicación de este lado del hemisferio. 

Las cámaras han ayudado a ver de primera mano las condiciones de vida de migrantes, mujeres o grupos LGBTIQ+ en Qatar. Las organizaciones de derechos humanos lo han refrendado. Sabemos hoy -o al menos buscamos entender- las limitaciones a los derechos de esas comunidades en este lugar.

Para algunes, esta realidad, sumado a que el país es gobernado por la familia Al Thani hace más de un siglo, vuelve inaudito que hoy estemos viendo a nuestros equipos en estadios construidos por migrantes en situación de explotación, quizá al lado de una mujer que no puede decidir sobre muchas de las cosas que nosotras damos por sentado o de una persona que no puede vivir su sexualidad libremente. Qatar se llenó de banderas y de gente entusiasmada, pero en estas tierras la vida de miles de personas está en juego. ¿Qué hacemos acá entonces?

En esta nota nos vamos a preguntar muchas cosas, porque aunque algunes quieran creer que tienen todas las respuestas, el mundo es un poquito más complejo que eso. 

Un Mundial mal parido

Fue en 2010 que Qatar obtuvo el derecho a organizar el Mundial. Sin embargo, esa elección estuvo plagada de denuncias de corrupción. No es ninguna teoría conspirativa: tal como relata este artículo del New York Times, incluso la FIFA ha reconocido que su junta directiva recibió sobornos para votar a favor de Qatar. Esto no sólo condujo a que casi todos los miembros del comité que participaron de esa votación fueran acusados de corrupción y que varios ejecutivos fueran arrestados, sino que directamente se cargó a la cúpula de la FIFA.

Pero salvando ese detalle, por primera vez un país árabe se convertiría en anfitrión de la Copa. Y no cualquier país: no se dejen engañar por su tamaño, que esta nación ubicada estratégicamente en el Golfo, es uno de los mayores productores de gas y petróleo en el mundo. Su PBI per cápita para 2021 fue de US$ 61.276, según datos del Banco Mundial (cinco veces más que el de Argentina). Así que cuando se lo planteó como candidato a alojar uno de los acontecimientos internacionales más grandes que hay, pese a los dedos que señalaban que no había forma de crear en este espacio la infraestructura necesaria, Qatar desenfundó los verdes y le cerró la boca a todes.

Según cifras de BBC Mundo, aproximadamente 200.000 millones de dólares es el monto que este país ha invertido para alojar el torneo. Como los números a veces no parecen narrar la historia completa, más vale ponerlos en contexto: el mismo medio asegura que con ese dinero podría haberse organizado dieciocho veces el Mundial de Brasil, que costó 11.000 millones. Así, convirtiéndose en el Mundial más caro de la historia, acá se construyeron no sólo estadios sino también calles, cientos de hoteles y hasta un nuevo sistema de transporte. Lusail, el estadio en el que debutó la Argentina, se erigió en una pequeña ciudad del mismo nombre, rodeada de edificios y luces y una costanera que no existían hace 10 años. Pero todo eso no vino sin costos.

Sobre los hombros de migrantes

Cuando llegué a Qatar, pensaba que no había visto nunca un lugar como este: sin ningún callejón demasiado oscuro ni basura desparramada ni gente pidiendo limosnas. Los relatos de los locales, enorgulleciendose de los niveles de seguridad de este país, contribuyen a esa imagen pulcra. Por eso mismo parece una locura pensar que detrás de estos edificios modernos y lujosos, detrás de las luces y el maquillaje de una «ciudad del futuro», puede haber gente viviendo en condiciones infrahumanas. No las vemos, no están en los circuitos que recorremos las y los fans que llegamos a Qatar para otra cosa. O eso quisiera pensar el hincha promedio.

Lo primero que hay que entender es que de las casi 3 millones de personas que habitan este país, menos del 20% son originalmente de Qatar. El resto son migrantes que provienen principalmente del sudeste asiático. Sobre sus hombros está construido este Mundial.

Trabajadores extranjeros trabajando en la modernización de los estadios de Qatar

Una investigación del diario The Guardian reveló que diez años después de que se conociera que Qatar sería sede de la Copa del Mundo, al menos 6.500 trabajadores migrantes han perdido la vida. El medio británico dice haber sacado esa conclusión a partir de fuentes gubernamentales. Que entre 2011 y 2020, murieron 5927 trabajadores migrantes de la India, Bangladesh, Nepal y Sri Lanka y a eso la embajada de Pakistán en Qatar agregó 824 muertes de pakistaníes entre 2010 y 2020. Estas cifras no abarcan el tiempo que transcurrió desde finales de 2020 en adelante, ni incluyen las muertes de trabajadores de Filipinas y Kenia, por ejemplo, que también forman parte importante de la fuerza laboral en este país. Además vale aclarar que los registros de defunción no están categorizados por ocupación o lugar de trabajo, lo que impediría determinar a ciencia cierta si realmente estamos hablando de consecuencias ligadas a este evento. 

¿Suena todo demasiado difuso? Será que en el fondo, más allá de la vocación periodística, no es responsabilidad de un medio de comunicación transparentar estos datos. ¿Qué dicen entonces las instituciones correspondientes? Aunque la inversión millonaria de este Mundial abarca miles de tareas realizadas de manera directa o indirecta alrededor de lograr que la Copa se lleve a cabo, hubo 37 muertes de trabajadores específicamente en el marco de la construcción de estadios, pero la mayoría de ellas no estuvieron relacionadas al trabajo, según el comité organizador. El gobierno qatarí se ampara en que la cantidad de muertes es proporcional al tamaño de la fuerza laboral migrante, dice el diario The Guardian. A mí Mahmoud me dijo lo mismo. Mahmoud vino de Palestina a los 4 años y se estableció para siempre en Qatar. Hoy es contador en una empresa constructora y opina que es todo fake news: dice que se murió la misma cantidad de gente que muere siempre en el marco de estos trabajos riesgosos. ¿Por qué se dice lo contrario? «Es una campaña de racismo contra los árabes», asegura.

Sin embargo, los reportes de organizaciones de derechos humanos hace rato denuncian las muertes por calor y agotamiento en la construcción de infraestructura para el Mundial, en un país que en verano puede superar los 50° (no, no es un error de tipeo). También que esos hombres vivían hacinados en campos de trabajo sucios, con poca ventilación y sin derechos laborales básicos como días de descanso y pago de salarios en tiempo y forma. Mucho de eso estuvo alimentado por el sistema llamado «kafala» o patrocinio, bajo el cual los trabajadores pagaban cifras altísimas para que les consiguieran un trabajo en Qatar y una vez acá perdían por ejemplo su derecho a elegir cambiar de trabajo. Hemos incluso llegado a leer historias sobre empleadores reteniendo el pasaporte de la gente. Todo esto ha llegado a ser considerado como «trabajo forzoso», figura legal que se considera como una forma de esclavitud moderna.

«Se habla mucho sobre los trabajadores en Qatar, pero a partir de que el proyecto de la FIFA está acá, Qatar ha mejorado las leyes laborales», me dice Katrina, inmigrante de Filipinas y jefa del área de Recursos Humanos en un restaurante catarí. Es verdad que Qatar hizo reformas al sistema laboral, tratando además de eliminar el sistema de kafala. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos dicen que los abusos persisten.

El talón de Aquiles

La situación de les migrantes no ha sido lo único que ha despertado ciertos señalamientos hacia el manejo de los derechos humanos en Qatar. Sucede que aunque la Constitución de este país asegure que no hay lugar para ningún tipo de discriminación, la sharia o ley islámica es la fuente principal de derecho. Hablamos básicamente de un código de conducta establecido por esa religión. Aunque vale aclarar que lo que aplica Qatar es su propia interpretación de la sharia en el marco del Islam, aquí es donde se pone complicado para las mujeres y la comunidad LGBTIQ+ en general.

Hincha se coló en el partido Uruguay – Portugal con la bandera del movimiento por la paz italiano

La vida de las mujeres está fuertemente ligada a lo que determinan sus tutores masculinos. Desde casarse hasta trabajar o viajar requieren del consentimiento del padre o del esposo, según corresponda. Relacionarte con migrantes, sin embargo, es darte cuenta de que ellas siguen sus propias reglas en lo que a esto respecta (muchas de ellas incluso viven solas), pero también depende de dónde trabajan y para quién. Por otro lado, divorciarse o recibir una herencia es efectivamente más dificultoso o lisa y llanamente injusto, en comparación con los hombres.

Como siempre, el talón de Aquiles de esta y tantas otras sociedades es la sexualidad. Por eso el sexo fuera del matrimonio es en Qatar un delito y se castiga duramente. Uno de los efectos colaterales de esto son los casos de abusos sexuales en los que se revictimiza a las mujeres, empujándolas a no denunciar porque podrían ser ellas mismas castigadas por haber tenido sexo fuera del matrimonio. Claramente, el escenario para las personas LGBTIQ+ no se pone mejor. La homosexualidad en Qatar es ilegal y se pena con la cárcel.

Amnistía Internacional elaboró un reporte que explica en detalle la situación de vulneración de derechos de todas estas comunidades y lo pueden encontrar aquí:

Al mismo tiempo, enfrentarse a este sistema acarrea «intimidación y acoso de las autoridades gubernamentales o de la propia sociedad», según declara la misma organización.

Sobre el «sports-washing» o hacernos los boludos

Después de todo eso que ya describimos, no es casual entonces que se acuse a Qatar de «sports-washing», lo que significa básicamente usar el deporte para mejorar su reputación y en este caso ubicarse en el mapa como un país moderno, mientras todo lo demás se esconde bajo la alfombra. Y sí, el deporte es en efecto una herramienta de soft-power, como se le llama a la capacidad de un país de influir sin el recurso de la fuerza o la coerción. Qatar, un país que se ha valido desde hace tiempo de esta estrategia para sobrevivir entre gigantes (usando el deporte ya cuando por ejemplo compró el PSG y lo llenó de estrellas, Messi incluido), movió cielo y tierra -literalmente- para hacerse cargo de este Mundial.

Negar los abusos a los derechos humanos que aquí se han cometido y la situación de vulnerabilidad a la que se somete a ciertas comunidades, es cínico. Disfrutar del fútbol y hacer oídos sordos sea quizá un método de supervivencia en un mundo hostil desde tantos flancos, pero no es un lujo que nos podemos permitir. 

¿Es la solución el boicot, como propusieron algunos sectores? Aunque por razones obvias esta es una estrategia sin pies ni cabeza cuando hablamos de uno de los eventos deportivos más grandes del mundo, cabe preguntarse hasta qué punto una decisión así resolvería las causas estructurales que llevan en primer lugar a tomar la decisión de boicotear. Sobre todo porque esos mismos que hoy se rasgan las vestiduras, no tienen ninguna intención de dejar de negociar a lo grande con estos países «incómodos» mientras nos piden a nosotres apagar el televisor.

Y en ese camino, no podemos evitar preguntarnos con qué vara se mide cada cosa. ¿Dónde elegimos mirar? A Rusia no se le permitió jugar este Mundial por la invasión a Ucrania, pero nadie dice nada de las muertes por la represión del régimen iraní a su propio pueblo que ya lleva unas cuantas semanas. Tampoco de todos esos países que todavía ocupan territorios internacionalmente señalados como pendientes de descolonización, como Marruecos con el pueblo saharaui o Inglaterra con nuestras propias islas Malvinas. ¿Vamos a hablar también de que el próximo Mundial se realizará en parte en Estados Unidos, donde nuestros migrantes de Latinoamérica sufren condiciones que tampoco están muy cerca del respeto a sus derechos humanos?

Resulta curioso, de hecho, que hablemos de la migración como si fuera el problema de un sólo país. Las personas consideradas migrantes económicos son, en la mayoría de los casos, forzadas a moverse de sus países porque sobrevivir allí no es una opción. Chinmya es de la India y llegó en 2019 para trabajar en la construcción del estadio 974. «Los medios dicen un montón de cosas porque siempre estuvieron en contra de que Qatar haga el Mundial, incluso sus vecinos. Pero yo acá gano cuatro veces más de lo que ganaría en la India y le puedo mandar dinero a mi familia allá. Además la empresa me da todo lo que necesito: comida, transporte, alojamiento», dice Chinmya.

¿De quién es entonces la culpa? ¿Del que los recibe y no los respeta como sujetos de derecho? ¿Del que los expulsa porque no les brinda oportunidades? ¿De los poderosos de la comunidad internacional que a lo largo de la historia han empeorado las condiciones de subsistencia de estos pueblos sea a través del colonialismo, de la intervención directa o indirecta en sus asuntos políticos, de su impacto en el cambio climático que ha decantado como siempre en las partes más vulnerables del mundo?

Así y todo, medir la doble moral no hace que los pueblos dejen de sufrir y nos puede conducir al peor de los escenarios: que todo siga igual. Por eso resulta por lo menos interesante la propuesta de Amnistía Internacional de que la FIFA y Qatar establezcan «un programa de reparación integral, que incluya indemnizaciones por todos los abusos laborales relacionados con la celebración del torneo». Porque sí, no nos olvidemos tampoco del lugarcito que ocupa la FIFA en todo esto.

Los fans de Túnez copan el mercado tradicional de Souq Waqif con sus tambores. Los saudíes no se cansan de chicanearnos en las calles con el «¿Dónde está Messi?» después de nuestro tropezado debut. La gente de Bangladesh nos pide que nos saquemos foto con ellos cuando nos ven con la camiseta. Esta parte del mundo también se merecía un Mundial. Curiosamente, una región que ha sufrido las consecuencias del dominio occidental durante años. Sí, de esos mismos países que hoy creen que usar un brazalete es el acto revolucionario.

No nos vamos a callar sobre Qatar. Que uno de los eventos con más seguidores en todo el mundo se esté desarrollando precisamente en este instante ante los ojos de todes nosotres, es la oportunidad perfecta para hablar de ciertas cosas. Tantos debates nos abren ahora la puerta porque el fútbol es mucho más que fútbol y siempre lo ha sido, aunque les amantes de la «no politización» de las cosas puedan enojarse cuando señalamos que, en efecto, todo es político.

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