El día después de la Marcha del Orgullo: qué hacer con nuestro presente en crisis
Una multitudinaria y colorida movilización copó las calles céntricas de San Juan el último domingo. Ahora, es momento de agudas reflexiones sobre el movimiento para repensar al orgullo como práctica política.
La Semana de la Diversidad en San Juan, que fue desde el 14 al 20 de noviembre, una vez más concretó un cronograma para visibilizar las identidades disidentes en la provincia. Desde que la mayoría de las actividades volvieron a ser presenciales, las diversidades hemos tenido acceso a las calles, a nuestros espacios públicos, a nuestros círculos de amor y fiestas.
Encontrarnos nunca se ha vuelto más necesario al mismo tiempo que el constante ejercicio de revisar nuestras prácticas nos obliga a ser conscientes de donde estamos paradxs. La pregunta acerca de cómo digerir y degustar nuestras acciones debe comenzar por la propia cuerpa, por la propia identidad.
Punto de partida: lxs otrxs
Consultando con amigxs que “están en la movida”, apareció una pregunta que tiene el potencial de derribar todas las certezas: ¿de dónde sale la causa común, el punto cero, de compartir algo como el “orgullo”? Si lo pensamos bien, incluso hacia dentro del “colectivo” somos bastante diferentes en cada indicador demográfico que queramos resaltar y, aun así, aunamos una fiesta en común para auto-movilizarnos.
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Podemos decir que es necesario interpelar ese lugar desde el cual nos ponemos en acción. Cada unx de nosotrxs es diferente del que está al lado, no compartimos la misma clase, el mismo grupo, los mismos intereses, los mismos votos políticos, los mismos orígenes ancestrales, el mismo cuidado por la tierra, en fin: una unidad desarmada en características una más desigual, diferente y opuesta que la otra.
Pero si podemos pensar que compartimos mitos, leyendas, símbolos, partes de producciones culturales en constante transformación. Un conocimiento de estrategias para poner la cuerpa que nos involucra:
«Lo que sí está claro es que desde pequeñitxs jugamos en dos ligas y habitamos el mundo de modo perverso y escindido, más o menos esquizofrénico, creando estrategias de socialización, supervivencia, negociación, ocultamiento, disimulo, visibilidad, política muy peculiares y absolutamente innovadoras que cada cual se tiene que inventar individualmente en la soledad de la infancia, pero que somos capaces de reactivar y aprovechar colectivamente».
Vidarte, Paco (2007) Ética marika. Proclamas libertarias para una militancia LGBTQ. Córdoba, Argentina: Ven te veo Editorial. (Los cambios en las ‘x’ son personales)
El orgullo como respuesta reactiva y como práctica política debe poder reconocer que son nuestras estrategias las que nos llevan a compartir, a encontrarnos, no nuestras similitudes. Siendo una más idiosincrática que la otra, cada una diferente y en lo suyo, logramos convivir en el escenario actual porque somos sujetxs políticos capaces de acción disidente y demoledora.
Ahora bien, quizás encontrarnos en las calles en plena euforia nos oculta algo: ¿Dónde se encuentran los límites para sobrevivir?
Hace tiempo que sabemos que muy posiblemente la sociedad no avanza a favor nuestro, incluso algunxs hemos visto como muy a nuestras costas nos dirigimos a cierto abismo. Sabemos que algunos derechos e imágenes políticas son un mero instrumento político para ganar una campaña, son un muro de contención al asedio de demandas mucho más radicales. Y es que, si hacemos una práctica orgullosa de la memoria, los derechos se han ganado a taco aguja y a los golpes. Porque la mayor parte del tiempo, cuando nos iba bien es porque a alguien le iba mejor con su rédito político.
Hacer y estar en una marcha como la del orgullo debiera concentrar toda la potencia de la socialidad. Debe reconocer que el Estado es un espacio de poder difuso, que nos traga y nos heterosexualiza, que nos digiere y nos encubre. Al fin y al cabo, la historia la hicieron los movimientos y (a decir de una lucha hermanada) nos cuidan nuestrxs amigxs. Nada sobreviene eso, nada puede competir contra eso. Ante el asedio de grupos odiantes alrededor del país y del mundo, el Estado no hace nada o es el que nos persigue y apoya el odio. Tampoco el mercado o el capital son refugio, con empresas que siguen haciendo lo que hoy conocemos como “rainbow-washing”, incluso la misma legislatura provincial se fija en poner las luces de colores en las ventanas. Homofobia, misoginia y racismo, incluso entre nosotrxs, que elegimos hacer la vista gorda.
En estos momentos, que en nuestro estado nos preparamos para el mundial de fútbol de varones, es necesario preguntarnos cómo convivimos con las prácticas de un Estado como el de Qatar. Desde su embajador deportivo hasta las leyes prohíben y castigan explícitamente a las personas disidentes. Quizás es posible pensar en la distancia occidentalista y liberal que nos separa para analizar estas prácticas desde el islam, sin embargo, cómo apartar la vista de la acumulación de dinero en manos de quienes colocan la soga ejecutora del LGBTQ-odio.
En una nota anterior, incluso colocamos en discusión la ejecución de la semana de la diversidad unida a los motivos de un ministerio de la provincia como el de Turismo y Cultura cuando, por ejemplo, nadie pensó en que tenemos que marchar agradeciendo al Ministerio de Salud, que muchos años trabajó a nuestro lado (incluso cuando no respetaba identidades percibidas o no respetaba la confidencialidad, tratos que hemos militado por revertir). O por qué no decidimos jugar cartas más radicales contra el Ministerio de Seguridad que nos sigue criminalizando.
¿Qué nos queda, sentarnos y esperar?
Es necesario revisar y habitar plácidamente las contradicciones, las propias personales, las grupales, las políticas, las del Estado y las de nuestros círculos. Pero, sobre todo, poner en tela de juicio si nuestra forma de vivir está asegurada: el fantasma del odio de la violencia machista siempre acecha nuestras identidades. Por esto mismo, ante el miedo, organización. Ante el odio, organización. Crear e inventar estrategias. Colocar las voces en función de lo que tenga que ser desmentido o denunciado. Incluso a la palabra libertad le han puesto patentes y derechos de autor.
También es necesario una organización que involucre críticamente qué hacer con la desigualdad y el ecocidio. Existe un sexismo horroroso en el extractivismo y la “penetración” de la naturaleza. Sumada a esta dicotomía «naturaleza/hombre», aparece la de «barbarie/civilización». Ni hablar de cómo se coloca el acento punitivo en los barrios populares al hablar de LGBTQ-odio; cuando en los grupos de gran capital económico han fagocitado la diversidad mientras ésta siga siendo funcional al sistema o incluso han realizado todo un diccionario de chistes para la noche.
Nuestras necesidades, derechos y la gestión de nuestras cuerpas solo pueden nacer de nosotrxs. No cabe enajenación alguna de ello. Ni la representatividad mediática, ni la mediación política, ni las banderas en las redes hablan por un colectivo: cada una de nosotras se puede hacer cargo de lo que dice y hace sin que nadie intermedie nuestra identidad.
El orgullo tiene que buscar que las promesas dejen de hablar de lo posible: los políticos que hablan de lo posible que llegará y de la deuda histórica son motivo de sospecha. ¿Cuándo se comienza a trabajar en lo posible? ¿Cuándo nos pagan la deuda histórica? ¿Cuándo se darán cuenta de todas nuestras hermanas que tienen hambre? A eso no pueden contestar. Si la estrategia de lucha es la negociación de lo posible, caminamos hacia un abismo.
Proponemos repensar que una política confrontativa y de lucha, una estrategia de ventaja es que somos capaces de reconocer nuestros propios derechos, de crear nuestras propias alas, de perforar la mente de cada persona con odio que nos crucemos. Al mismo tiempo, tiene que ser una estrategia que deje de vanagloriar los tiempos pasados, de reivindicar lo dado, lo legislado. Nuestra ventaja es la diferencia, la disidencia y el poder de acechar lo normal, de huir y escapar de lo normal. Salir de la matrix.
La mutación, la creación, la adaptación son un juego de luces sobre este desierto sin sombras que nos permiten ver cuáles son las formas y el fondo de los juegos del poder.