Juan, el padrino de los sintecho
En la pandemia Juan Aballay (65) se convirtió en celador del refugio Papa Francisco para personas en situación de calle. Allí, Juan y el equipo del refugio trabajan por contener a quienes llegan cada día y cada noche en busca de un techo, una cama y un plato de comida.

En la punta de los dedos Juan lleva la marca de sus muchos oficios. La piel ajada y las yemas con cicatrices como filamentos remiten a sus épocas de costurero. De changarín a cantinero, de costurero a ayudante de sastre, de mozo a celador de un refugio para personas en situación de calle; así llegó Juan Aballay al Papa Francisco.
Desde 2018, en la vieja guardia del Hospital Rawson, funciona el refugio para personas en situación de calle, Papa Francisco. Junto con el Centro de Contención Madre Teresa de Calcuta y el Hogar de Tránsito Eva Duarte —el único al que pueden acceder mujeres— son los espacios estatales para quienes carecen de un techo donde refugiarse. Hoy, los tres lugares funcionan dentro del Gran San Juan con capacidad estimada para 40 personas entre 18 y 59 años.
Allí llegan, cada tarde o cada noche quienes buscan una cama y un plato de comida. Desde la pandemia, Juan Aballay—65, canas grises, cataratas en los ojos, chomba a rayas—, trabaja como celador del Papa Francisco.
Hijo de madre costurera y padre taximetrero, Juan dice “Dios no me dio hijos, pero me dio ahijados” y cuenta que es padrino de quince. En el refugio lo llaman Juan, Juancito, viejo, le palmean la espalda al pasar y él se ríe estridente. “Acá a veces nos toca hacer de padre, otras de madre, de hermano, de amigo”.

Escondido entre pasillos de la guardia vieja, la entrada del refugio se distingue por la cara de Jorge Bergoglio pintada sobre una pared. Juan está en la puerta mientras dos mujeres barren la vereda. Ambas llevan puesto el ambo celeste característico de la empresa de Servicio Integral de Mantenimiento o SIM por la sigla que se lee en sus espaldas. Juan acaba de entrar a su turno que empieza a las 10 y termina a las 18hs. Ya no es como era antes, ya no hace guardias largas, ya está muy grande. Próximo a jubilarse, el horario le permite volver a su casa en Santa Lucía —departamento del que es oriundo— donde vive con una de sus sobrinas y sus sobrinos nietos.
Apenas asoma el sol después de una seguidilla de días grises, ya no quedan rastros de la nieve. Juan habla, las mujeres barren hojas secas, alguien sale a fumar. El tiempo parece suspendido en la mañana invernal.
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El domingo 29 de junio del 2025, después de 14 años, la nieve llegó hasta el Valle de Tulum. La última vez que nevó en la ciudad fue en el año 2011. Pero el último domingo de junio, lo que parecía una advertencia meteorológica, un pronóstico o hasta una promesa, se convirtió en una postal para el recuerdo de muchos. En su belleza inédita, para otros la nieve también significó desarmar sus lechos improvisados en la calle y buscar un refugio ante la inclemencia del frío.
En 2024, el Registro Único de Violencias (RUV) de personas en situación de calle relevó 135 muertes en todo el país. Entre enero y junio del 2025 ya van registradas 63 muertes de personas que vivían en la intemperie. Sólo doce de las últimas 63 ocurrieron entre mayo y junio: no es el frío lo único que mata.
“Antenoche no se imagina. Ha venido gente a buscar comida con niños, a pedir por favor algo caliente”, cuenta Juan. “Ver gente grande es una cosa, pero los niños… Después de eso no tenía ganas de trabajar”.
En temporada de invierno, los refugios provinciales funcionan desde las 17 hasta las 10hs del día siguiente. Horario en el que, después de pasar la noche, las personas deben retirarse. Sin embargo, durante el recrudecimiento del frío, los refugios flexibilizaron sus reglas para permanecer abiertos las 24hs del día. Además, se agregaron camas extra previendo el incremento de personas. Hasta el 2 de julio, se mantuvo la medida de emergencia.
Los operativos estatales consistieron en guardias para recorrer algunas zonas de la provincia y el trabajo en articulación con vecinos y municipios. El ingreso a los refugios es algo voluntario y hay quienes, a pesar de ser informados, deciden permanecer a la intemperie. A ellos, el Estado acercó abrigo, vestimenta, calzado y comida caliente para pasar la helada.
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Alejandra Tejada, lentes grandes, aritos perlados, lleva un rodete bajo que sostiene impecable su cabello hacia atrás. Es la enfermera, dice Juan, pero hace de todo. Además de Alejandra, Juan, los celadores y las mujeres del SIM, el refugio también cuenta con un equipo de abordaje integral compuesto por una psicóloga, una trabajadora social y nutricionistas.
El flujo de personas que transitan por estos espacios es tan variante como sus vidas. Consumos problemáticos, migración de sus provincias natales, violencia familiar, adultos mayores abandonados. Alejandra hace una descripción llana de quienes llegan en busca de asilo. Es así, errático, fluctuante. “Este último año la necesidad ha aumentado y también la gente joven que se ha quedado sin trabajo. Algunos no quieren quedarse o vienen y se van”.
Sobre los antecedentes, Alejandra dice que no pregunta, “para juzgarlos está la Justicia”. Sin embargo, al ingresar al refugio el equipo técnico realiza una evaluación de las personas.
Cuando alguien entre de fumar, Alejandra le reclamará “el señorito se quedó durmiendo y no lavó su ropa hoy”. Él le responde entre risas: «Y sí. Como tres semanas durmiendo en la calle, imagínese si no voy a dormir acá”. El refugio cuenta con lavarropas y la higiene personal es un requisito para permanecer allí. Tampoco está permitido el ingreso bajo los efectos de sustancias.
Juan señala primero su cabeza y después su corazón: “Esto y esto es fundamental para este trabajo”.
La llegada de un invierno crudo obligó a readaptar las condiciones de ingreso. “El estatuto dice que podemos recibir personas de hasta 59 años pero, como están saturadas las residencias, les damos un lugar acá”, explica Alejandra. También cuenta que se trabaja en articulación con el Proyecto Juan, para aquellos con consumos problemáticos, y la residencia de adultos mayores, para quienes deben ser derivados. Ambos espacios pertenecen al Gobierno provincial.

Durante la ola polar, en el Papa Francisco la sala de juegos se destinó a colocar más camas. Estiman que, por la nieve, llegaron a asistir hasta 51 personas en el refugio, que tiene capacidad estimada para 40.
Pero no es sólo el frío. Los números acompañan las mediciones de Juan y Alejandra que afirman que la demanda ha incrementado en el último tiempo. La cuenta oficial registra alrededor de un 14% de aumento de asistencia en los refugios del Estado en lo que va del 2025. En la Terminal de Ómnibus de la Capital —uno de los puntos que muchas personas en situación de calle eligen para guarecerse— los vendedores ambulantes también aseguran: “Vení de noche y vas a ver muchas personas acá tiradas”.
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Mientras Juan habla, uno de los chicos se escabulle por el pasillo, toma su bicicleta y se carga a cuestas la mochila roja y cuadrada de Pedidos Ya. Otro sale detrás con un trapito colgado al hombro. Va a juntar unos pesos sobre la calle General Paz para luego volver al Papa Francisco.
Más tarde, un chico saluda y ofrece una bandeja de facturas que saca de su conservadora, también roja. “Llevátelas, vendélas”, insiste Alejandra y él se niega, “no me gusta vender lo del día anterior”.
Al rato, casi en cámara lenta, sale por la puerta uno de los adultos mayores alojados. Juan aclara por lo bajo “se va a curaciones al Hospital”. Antes de que se vaya le recuerda: “Andá con cuidado”. La sala de curaciones del Hospital Rawson está solo a unos metros de distancia así que el hombre sale de pantuflas. Juan ya los conoce: por muy erráticos que sean, sabe sus horarios, sus dificultades, sus mañas; las rutinas que logran construir al calor del refugio.
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Durante la mañana, un halo de tranquilidad flota sobre el Papa Francisco. La ropa lavada cuelga de las sogas en un patiecito interno. Nicolás Castro viste uniforme azul y camina despacio con las manos en los bolsillos. Es policía y trabaja en el refugio desde hace un año. A pesar de ser su día de franco, está haciendo guardia de 24 horas en el Papa Francisco. A veces, también recorre la ciudad en guardias urbanas. “De vez en cuando me los encuentro y les digo que vengan pero muchos no quieren. Para ellos sigo siendo policía”, dice Nicolás. “¿Un altercado? ¿Piñas? Eso nunca”, asegura Juan. Por supuesto, los problemas de siempre: los de convivencia.
La conversación se interrumpe. Se abre la puerta, entra Sofía con dificultad. “La única mujer que habita el refugio”. Cuatro patas, vieja y mansa, blanca y manchada, la perra camina y se echa en el pasillo con los ojos entrecerrados.


En el 2024, el Gobierno provincial anunció que prevé mudar y refuncionalizar el refugio Papa Francisco. Buscan que el Hospital Rawson reutilice el espacio como alojamiento para familiares de pacientes de departamentos alejados. Hasta el momento, sin embargo, el proyecto no se concretó y el refugio continúa donde siempre; allí donde Juan espera terminar sus últimos días como trabajador antes de retirarse.
Juan señala primero su cabeza y después su corazón: “Esto y esto es fundamental para este trabajo”. Reviviendo su pasado como costurero, cuenta que ahora en su casa funciona un ropero comunitario. “Doce años hemos hecho trajes para comparsas con mi hermana”, dice mientras recuerda las épocas en que trabajó con la conocida diseñadora provincial, Gladys Montilla. Al terminar su turno, en Santa Lucía, lo espera su casa rodeada de niños.
Antes de irnos, Juan Aballay da una disculpa final. Su voz se quiebra una y otra vez a lo largo de la charla. Una y otra vez él pide perdón. Después nos escolta hasta la salida, nos despide y cierra la reja. “Que dios las bendiga, niñas”. Tras de sí, la imagen de Francisco sobre la pared.
- Ante la presencia de personas en situación de calle, se puede dar aviso a la Policía, Bomberos, municipios o llamar al 264-4123158.