Milei, Israel y el juego al que nadie nos invitó
¿Por qué Argentina toma posición en una disputa internacional que nada tiene que ver con nuestro país? ¿Qué consecuencias podría implicar eso?

Tuvieron que pasar 12 días para bajar la tensión, pero finalmente parece que tenemos un cese al fuego entre Irán e Israel. Eso no significa que el peligro se haya disipado, no cuando hablamos de dos grandes potencias rivales de Medio Oriente.
No conocemos con certeza el alcance de la destrucción del programa nuclear iraní. Tampoco cómo va a seguir esta historia. Sin embargo, si algo está claro, es que la región está muy lejos de solucionar los problemas estructurales que la trajeron hasta acá.
En medio de eso y a contramano del resto de Sudamérica, un argentino, nada más y nada menos que el presidente de la República, elige condimentar con gestos políticos y frases de apoyo a quienes nombra como sus principales aliados: Israel y Estados Unidos.
¿Qué consecuencias trae para nuestro país alinearse tan abiertamente en un conflicto que involucra a actores con capacidad nuclear y a las principales potencias militares del mundo? ¿Nos expone a represalias? ¿Estamos voluntariamente vulnerando nuestra seguridad de maneras que todavía no hemos dimensionado?
La última escalada en Medio Oriente
Hace más de 30 años que Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, vive obsesionado e intenta convencer a otros de que Irán está a punto de obtener un arma nuclear y eso pondría en peligro la existencia del Estado de Israel. Finalmente, llegó su día.
El 13 de junio Israel lanzó la “Operación León Ascendente” contra Irán. Atacó instalaciones militares y nucleares, asesinó a altos mandos de las fuerzas armadas, científicos nucleares y civiles.
Dijeron que se trataba de un “ataque preventivo”, como si existiera tal cosa. Bajo el pretexto de que Irán habría alcanzado un nivel de enriquecimiento de uranio que le permitiría estar cerca de desarrollar un arma nuclear, Israel decidió atacar por las dudas. A eso se refieren cuando hablan de un “ataque preventivo”: el objetivo es neutralizar una supuesta amenaza inminente.
Lo escuchamos ahora de la boca de Netanyahu, pero el guion se escribió mucho antes. La imagen del secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, en las Naciones Unidas allá por 2003 sigue fresca. Las supuestas armas de destrucción masiva de Irak justificarían la famosa “guerra contra el terror” en la que se embarcó Estados Unidos. Cientos de miles de personas murieron como consecuencia de la invasión estadounidense de Irak. Resulta que al final Irak no tenía armas de destrucción masiva.

El programa nuclear iraní hace tiempo está bajo la mira. El nivel de enriquecimiento de uranio alcanzado genera sospechas. Rafael Grossi, el argentino director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), había dicho que Irán no estaba respondiendo como debería a sus obligaciones de no proliferación nuclear.
Sin embargo, tras los ataques de Israel, Grossi ha sido contundente: «No encontramos en Irán elementos que indiquen que existe un plan activo y sistemático para construir un arma nuclear”.
“No hemos visto elementos que nos permitan, como inspectores, afirmar que había un arma nuclear que estaba siendo fabricada o producida en algún lugar de Irán”, señaló.
Irán había aceptado limitar su programa y someterse a la supervisión de la OIEA allá por el 2015 en la firma de un acuerdo con el sello de Barack Obama, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania. Pero en 2018, Donald Trump decidió retirarse del acuerdo mientras ejercía su primer mandato.
Aun así, cuando Israel lanzó su ataque a mediados de este mes, Irán de hecho se encontraba a punto de iniciar la sexta ronda de conversaciones con Estados Unidos sobre un posible acuerdo. La vía diplomática estaba abierta. Pero Netanyahu estaba decidido a ponerle un freno al programa nuclear iraní y golpear la estructura de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica.
Tras esos primeros ataques, Irán respondió con una ola de drones y misiles balísticos sobre el territorio israelí. Pocos lograron penetrar el sistema de defensa antiaérea, pero lo hicieron y causaron daños y muertes.
Los ataques cruzados duraron días hasta que ocurrió un evento histórico. Estados Unidos decidió atacar a Irán. Si bien el poderío militar israelí se sostiene sobre los hombros del financiamiento estadounidense, esta vez Estados Unidos se sumó a la ofensiva de manera directa. Atacó las tres principales instalaciones nucleares iraníes: Fordow, Natanz e Isfahan.
El mundo estaba expectante de los próximos pasos de Teherán que podían hacer saltar todo por los aires, pero Irán decidió volar bajo. Atacó con misiles una base estadounidense en Qatar sin reportar muertos ni heridos. Dicen incluso que el ataque habría sido informado con antelación.
El anuncio del cese al fuego fue recibido con escepticismo. Lo hizo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Llegó después de 610 muertos y 5.000 heridos del lado iraní según las autoridades de ese país y 28 muertos en Israel, más unos 3000 heridos según su Ministerio de Salud. Los números varían según la fuente. Aún no están claros los términos del acuerdo, pero al momento de publicación de esta nota, tanto Irán como Israel parecen haberlo acatado.
Volver al primer amor
En medio del fuego cruzado, aparecía un tweet del canciller israelí Gideon Sa’ar etiquetando a la cuenta oficial de Javier Milei en la plataforma X. “Hemos advertido a Irán una y otra vez: ¡dejen de atacar a los civiles! Continuaron, incluso esta mañana. Nuestra respuesta: ¡Viva la libertad, carajo!”. La frase insignia del presidente argentino aparecía en español, junto a imágenes del ataque israelí a la cárcel de Evin, en Teherán.

No es casual. Javier Milei ha desarrollado una relación carnal con Israel. Estuvo de hecho en ese país en su segunda visita oficial hasta poco antes de que empezaran los ataques, invitado a la Knesset, el Parlamento israelí. Allí Benjamin Netanyahu le agradeció su respaldo “en la batalla contra las fuerzas de la oscuridad”, lo llamó un “amigo cercano” y sentenció: “para los amigos, todo”.
Mientras se deshacía en halagos a Netanyahu por su “gestión de la guerra”, Javier Milei anunció la firma de un “Memorándum En Defensa de la Libertad y la Democracia Contra el Terrorismo y el Antisemitismo” que prevé una colaboración en materia de educación, defensa y seguridad entre Argentina e Israel. El mandatario confirmó también el traslado de la embajada argentina a Jerusalén en 2026.
Jerusalén es una ciudad en disputa con los palestinos, y la comunidad internacional no reconoce la soberanía plena de Israel sobre ella. Por eso, salvo un puñado de países, el resto del mundo mantiene su embajada en la verdadera capital de Israel, que es Tel Aviv. En el mismo acto se hizo oficial el establecimiento de un vuelo directo entre Buenos Aires y Tel Aviv.
Desde aquellos debates electorales con Sergio Massa, Javier Milei fue siempre claro en relación a su posición. Israel y Estados Unidos serían sus principales aliados. Hoy como presidente y en medio de una escalada en Medio Oriente, se mantiene fiel a sus primeros amores.
Hace unos días, en una entrevista con Esteban Trebucq en LN+, el mandatario aseguraba que “Israel está dando la batalla de Occidente”. Es ya conocida su retórica binaria, el mundo se divide entre las fuerzas del bien y el mal. Dijo también que “hay toda una demonización del país y muy especialmente de mi queridísimo amigo Benjamin Netanyahu”.
Le angustia que haya sectores que buscan que Israel “sea una suerte de leproso del cual todos se alejan”. Mientras tanto reafirmó su apoyo incondicional a la supuesta defensa de Israel y el involucramiento de Estados Unidos. Lo hace cada vez que escribe o repostea en X.
A contramano del mundo
“Irán es un enemigo de Argentina”, sentenció el presidente Javier Milei en la entrevista de LN+ mientras todavía había fuego cruzado. Desde el Partido Justicialista salieron al cruce: “Dichas declaraciones irresponsables exponen de modo innecesario a nuestros ciudadanos a situaciones de violencia y retaliación”.

Es ese el miedo: que las declaraciones de nuestro presidente puedan tener repercusiones para la Argentina en nuestro territorio o en el exterior. Después de todo, el país carga con la herida abierta de los atentados de la AMIA y la Embajada de Israel en la década de los noventa.
Un acuerdo de cese de hostilidades entre Irán e Israel no es sinónimo de una región en calma. Nadie tiene el diario del lunes, pero los fantasmas del pasado no sirven de prueba fehaciente para decir que en el mundo de hoy Irán tenga el interés o la capacidad de responder a los caprichos del presidente argentino. Y es que eso son: caprichos. La política exterior debe estar al servicio de los intereses del pueblo argentino, no de la ideología o la religión de quien ocupa circunstancialmente el sillón de Rivadavia.
Aunque cada mandatario deja indefectiblemente su huella, Javier Milei ha roto con el posicionamiento histórico de la Argentina. Las declaraciones mesiánicas del presidente, su apoyo incondicional a un país que está siendo acusado de genocidio en la Corte Internacional de Justicia, poco tienen que ver con la tradición de derechos humanos que Argentina ha sabido sostener. Allí donde pedíamos diálogo, resolución pacífica de conflictos, hoy exigimos fuego.
Nos subimos a la justa preocupación por el potencial de que Irán desarrolle armas nucleares, cuando se calcula que Israel ya tiene entre 90 y 300 ojivas nucleares. Israel, un país que no quiere transparentar su arsenal, que no firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear y por lo tanto no está sujeto a ningún tipo de control, cuyo primer ministro tiene sobre su cabeza una orden de arresto de la Corte Penal Internacional. Un país que además está siendo acusado de cometer un genocidio y sostener un sistema de apartheid en Palestina.
Mientras Israel se encuentra cada vez más aislado del mundo por sus crímenes en Gaza, Milei se ha posicionado como uno de los líderes más firmes en su respaldo al gobierno de ultraderecha de Benjamin Netanyahu. Lo hace sin que nadie se lo pida. Lo hace obsesionado con la “batalla cultural” que pretende librar. Lo hace por el afán de hacer de su nombre y su cara una estrella del escenario de ultraderecha global.
En el medio, la Argentina.