Trabajar y sobrevivir en la calle: la vida de Daniel, el trapito del Parque de Mayo

El trabajo de cuidacoches está marcado por el vértigo. El vértigo de la noche cuando los dueños de autos vuelven borrachos de los bares y se ponen violentos. Vértigo cuando tienen que correr detrás de un auto para que no se les escapen $200. Vértigo porque a la Policía le pueden dar la orden desde el municipio de “levantarlos“ en cualquier momento. Vértigo porque cuando hay un robo en la zona se los llevan a todos presos, sin distinción. Y de fondo, claro, el vértigo de no lograr juntar el mango para comer. Daniel “El Negro“ Castro es trapito y encarna la historia de muchos trabajadores de la calle que subsisten sobre la cuerda floja para no caer en la indigencia.

A los cuidacoches, coloquialmente llamados trapitos, los obviamos como obviamos a todo lo que habita en los márgenes: permanecen para nosotros como un interrogante sin respuesta, como una pregunta demasiado incómoda de hacer. Como a otros trabajadores de la calle (cartoneros, limpiavidrios o vendedores de medias), nos resulta más fácil negarlos. Incluso, tenemos incorporada una muletilla rápida e instantánea al verlos: “no, gracias“. 

Un lunes por la mañana, Daniel me recibe en su casa ubicada a la vuelta del Parque de Mayo. Deja sus muletas apoyadas en la pared y camina con cierta dificultad hacia la puerta. Antes que él, me dan la bienvenida sus tres perros y su conejo. Las mascotas eran de su esposa, que amaba los animales y falleció hace unos años. Su hogar es una construcción de otras épocas: mantiene la vieja tradición de la radio prendida y la puerta abierta de par en par. Es prestada, me cuenta, pero se la han pedido, por lo que él y su hija pronto deberán buscar otro lugar para vivir. 

Daniel “El Negro” Castro en la puerta de su casa, ubicada detrás del Parque de Mayo.

En las paredes tiene fotografías de sus hijos, que tienen nombres huarpes. En su remera se lee “cultura nativa“ y me cuenta que le apasiona la historia de los pueblos originarios, porque las tierras eran suyas y nosotros la usurpamos. La historia de nuestro pueblo lo atraviesa en otro sentido: fue militante de Quebracho. El Movimiento Patriótico Revolucionario Quebracho fue una organización política que buscó la “liberación nacional“ y que reunió a jóvenes que se rebelaron ante la política de entrega en los años 90, a hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar, a ex miembros de organizaciones setentistas como Montoneros yERP y partidos como el Movimiento al Socialismo y el Partido Intransigente.

Después de varios mates me cuenta que es trapito desde los 20 años y empezó en la Terminal de Ómnibus de la Capital. A su familia siempre le costó mucho todo y Daniel entendió a corta edad que tenía que ayudar en casa. “Fui a la terminal, pregunté si podía quedarme a cuidar autos y me dejaron”, cuenta. Lo “dejaron”, mejor dicho, le dieron permiso. Es que la zona de trapitos es un territorio marcado: cada cuadra tiene una persona que la regentea, cada señor con chaleco refractario es dueño de 100 metros. Su cuadra, hoy, está en Urquiza y Alberdi, detrás del Auditorio Juan Victoria, en la Capital de San Juan. 

“El Negro” trabaja los fines de semana, cuando hay eventos culturales en el auditorio o en el parque. Desde las cuatro de la tarde hasta la una de la madrugada, Daniel junta alrededor de $15.000 en un buen día de trabajo. Subsiste por su labor de cuidacoches y también por sus changas esporádicas de albañilería. Otro de sus ingresos es una pensión estatal por discapacidad, ya que hace unos años tuvo un accidente que le dejó el 70% de incapacidad en sus piernas. 

La cuadra de Daniel está en Alberdi y Urquiza, en inmediaciones de la Escuela de Música en obras detrás del Auditorio Juan Victoria. Fotografía: Tiempo de San Juan

A sus casi 60 años, cuando pregunto sobre la posibilidad de conseguir un empleo formal, le suena como un chiste. “Soy grande, soy discapacitado, soy una pérdida para cualquier empresa“, me responde con una risa irónica y cansada. 

En la segunda entrevista que le hice recuerdo haber ido hasta su lugar de trabajo y pararme sobre la Urquiza a intentar divisarlo. Era un domingo a la noche y en la calle oscura alcancé a distinguir el brillo de las muletas serpenteando entre los coches. Daniel surca la calle vigilando que ningún delincuente, de los que a veces pasan y le apuntan con un arma por no “liberar la zona“, le robe la rueda a un auto o rompa un vidrio. 

Existe el prejuicio de que los trapitos extorsionan o rompen los autos de quienes se niegan a colaborar. Daniel es contundente: “Si a un coche le pasa algo, el que va preso soy yo. Por eso cuido todos los autos, hasta de los que no quieren pagar”.

También cargan con la posibilidad latente de que den la orden a la Policía de “levantarlos“ y se queden sin su fuente de trabajo, algo que ocurrió en otras provincias del país como Santa Fe.

“El Negro“ cuenta que hubo un rumor a comienzos del 2024 de que la municipalidad de la Capital tenía en proyecto prohibir la presencia de trapitos en todos los alrededores del Parque de Mayo, pero los cuidacoches se organizaron y presentaron una nota para que les permitan trabajar y consiguieron que esa medida se revea. Hasta la fecha, el proyecto está frenado.

Para los trapitos, el Estado es algo ficcional. “Hacen como si no existieras. Yo mismo he ido a pedir trabajo y nos prometen una bolsa de mercadería que nunca llega. Incluso conozco a funcionarios como a Fabián Aballay, el intendente de Pocito, o al mismo Sergio Uñac, del que he sido vecino durante toda mi infancia. Pero nada, no te ayudan“, dice. 

Ante la falta de respuestas estatales, en abril de 2024, en la ciudad bonaerense de La Plata, surgió la iniciativa de crear un Sindicato de Trabajadores de la Vía Pública que nuclearía a trapitos y limpiavidrios del todo el país. El proyecto buscó obtener una figura legal que los ampare a la hora de exigir derechos laborales al Ministerio de Trabajo. Pero esa idea quedó en la nada y lejos de San Juan. Por ahora, los cuidacoches continúan sin un gremio que los contenga y, por ende, las respuestas estatales siguen siendo nulas.

Como los árboles, como los semáforos, como las estatuas de las plazas, los trapitos ya son parte del paisaje diario. Los obviamos, pero siguen ahí. Al costado de las políticas públicas subsisten trabajadores de la calle como Daniel “el Negro“ Castro. Sin ingreso fijo, sin respuestas estatales, sin un sueldo digno, sin la posibilidad de un empleo formal. El círculo es vicioso: trabajar, subsistir, trabajar, sobrevivir.

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