Si la virtualidad llegó para quedarse, debemos asumir una gran pérdida

La virtualización de la educación superior oculta la pérdida de la vida universitaria y la construcción de comunidad. Hoy casi lo único que continúa siendo virtual es el cursado en las universidades. ¿Han renunciado los jóvenes a su derecho al espacio universitario? ¿Es sustituible el aula por la PC? Algunos de estos interrogantes motivaron al autor a la escritura de la siguiente reflexión.

Escribo desde la desesperación, desde la inseguridad más corrosiva, desde un miedo casi certero que afirma que algo ha cambiado para siempre. Entonces grito en un estado catatónico ¡Salvemos la presencialidad!

Los últimos dos años modificaron por completo nuestras vidas y ya muchísimo se ha escrito y reflexionado en torno al escenario novedoso que significó la expansión del SARCOV2 2019 y sus variantes cada vez más dañinas. Desde que la Sopa era de Wuhan[1], hasta que dejó de serlo y demás suspicacias virósicas, poca resistencia ha existido hacia el giro a la virtualidad que ha tenido la educación[2]. Para contextualizar, la situación que hoy nos toca atravesar en la Argentina y desde una provincia como San Juan es la de superar más del 60% de la población vacunada con dos dosis de alguna de las vacunas que llegaron al país para sumarse a una magnánima campaña de vacunación.

El gobierno del Frente de Todos es pésimo comunicando. Por ello, no puede transmitir que los efectos de la famosa “Cepa Delta”, no serán tan agudos en Argentina, gracias a que nos preparamos para recibirla con el diario del lunes. Lo mismo que permite que ninguna gripe sea un problema: ver cómo se defendieron los europeos en su invierno, sirvió para que una lúcida Carla Vizzotti, tomara la decisión de priorizar una primera dosis para una mayor cantidad de personas, aunque se tardara aún más para completar el esquema.  

Luego de dos años de restricciones más o menos justificadas de forma sanitaria, que enojaron mucho a la población, el gobierno comenzó a liberar actividades y dar de baja a medidas preventivas, después del desfavorable resultado de las PASO, cuando el horizonte de apertura era previsible y, por ejemplo, se había lanzado el programa PREVIAJE, para que el verano sea un pico de consumo. Pero el anuncio de aperturas, luego de la derrota electoral, generó, incluso entre frentetodistas, una sensación de que las restricciones se liberan por razones políticas y no sanitarias, pero lo único que justifica la apertura es el éxito rotundo de la campaña de vacunación, pivote fundamental, pero insuficiente para conseguir un éxito electoral.

En el marco de las aperturas, provincias como San Juan, hace tiempo tienen una actividad más o menos “normal”. Los casos bajaron drásticamente a 10 casos promedio diarios, en los últimos 7 días[3]. Las muertes se redujeron de forma significativa e incluso hemos transcurrido jornadas completas sin lamentar víctimas fatales. Esta situación habilitó al gobierno de la Provincia, retornar a un aforo del 100% de restaurantes y abrieron los boliches bailables. Algarabía, al fin, un año después, se comienza a transitar el tan mentado “San Juan de la postpandemia” (Sergio Dixit)[4].

Pero casi lo único que continúa desarrollándose de manera virtual (a pesar de que la penúltima sesión del consejo superior de la UNSJ aprobó la presencialidad plena) es la Educación Superior, es decir las clases en las Universidades. ¿Deberíamos suponer que es muy difícil que estudiantes universitarios, se desenvuelvan cumpliendo protocolos sanitarios, a que los respeten y cumplan los estudiantes secundarios? Pareciera que no y la pregunta no tiene mucho sentido. Lo cierto es que las clases universitarias siguen desarrollando su agenda vía Zoom u otras varias plataformas similares, que se han transformado en la vía para no “perder” el dictado de clases en la educación superior. Justo sería preguntarse si es legítimo comparar una clase dentro de un aula con las y los estudiantes compartiendo el espacio y viendo a un docente que se para al frente y está corpóreamente allí, a un espacio donde estudiantes y docentes muchas veces ni se ven a la cara y resulta más fácil hablar mediante un chat, antes que mover el aparato fonador; clases donde profesores de una enorme talla intelectual, pasan minutos ridiculizándose, al desnudar su poca facilidad para el uso de la tecnología; clases que no tienen interrupciones, donde lxs docentes hablan a una especie de vacío donde nadie respira ni murmura del otro lado; Clases donde el recreo, no es un lugar de encuentro, sino la conciencia de que ni siquiera se ha salido del domicilio; clases donde es común que docentes y estudiantes tengan múltiples pestañas abiertas y la clase no sea más que uno de múltiples procesos simultáneos: multitasking

La comparación es irrealizable. La universidad es ante todo un lugar y eso no podemos perderlo. Si reflexiono un minuto, sobre qué cosas motivaron mi permanencia en la universidad, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, la principal ha sido estar allí y compartir con una infinidad de estudiantes de esa y otras facultades. Fue sin duda un lugar como la Ciudad Universitaria de Córdoba, el tránsito por sus calles, lo que hicieron que la Antropología, la disciplina en la que me de-formé, lograra atraparme. El deseo por el cuerpo de otres, los momentos de ocio y fiestas en ese mismo espacio fueron una invitación a la experimentación, el Pabellón Brujas, la Casa Verde, la Roja, el España, el Haití, la Biblioteca, son todos elementos de un mapa de situaciones que sujetan y que ninguna aplicación digital podrá reemplazar.

No se trata de rechazar la tecnología y no reconocer la practicidad que implica la comunicación instantánea con videollamada, ni las potencialidades que estos dispositivos tienen para alcanzar masivamente a las poblaciones, ni mucho menos desmerecer el enorme esfuerzo docente por sostener el dictado de clases en una situación más que adversa. Pero la experiencia universitaria debería concebirse como algo insustituible. Preocupa la forma acelerada en que la educación virtual ha sido aceptada. Tanto estudiantes como docentes, o una parte importante de nosotrxs, parece estar realmente cómodos dictando o tomando clases desde sus casas. ¿Cómo fue que casi sin advertirlo llegamos a un modelo de educación virtual?

En dos años de este giro sustantivo, el siempre pregonado sueño de los tecnócratas: la educación virtual llegó. Argentina logra el traspaso gracias a un ministro de Educación como Nicolás Trotta, que poca resistencia opuso a la vertiginosa virtualización de la educación superior, secundaria y primaria. A su salida del ministerio, está usando minutos televisivos para desprestigiar a la gestión de la que fue parte hasta hace unos días, en pocas palabras: “un aristócrata de cotillón”[5]. Así una inercia del tiempo nos llevó a aceptar desesperadamente que debíamos asumir la virtualidad para no perder las clases. Pero la verdad parece que hemos perdido. ¿Acaso es posible crear comunidad sin anclarla a un territorio? Reclamar hoy que las universidades perecen volcadas a la educación virtual, mientras los boliches rebalsan de relaciones interpersonales, es señalado con el viejo mote de “hacerle el juego a la derecha” y esa respuesta fácil, es sintomática del grado de desoriente en el que nos encontramos luego de dos años de acoples cibernéticos, que parecen habernos estupidizado. Hacerle el juego a la derecha es exactamente lo opuesto, pensar que las instituciones que históricamente defendimos, deben amoldarse a una lógica fetichista en la que, para “competir” con las universidades privadas, nos vemos en la obligación de ofrecer trayectos de formación virtuales.

La derecha está de fiesta y al mismo tiempo que presiona mediáticamente con la presencialidad en la educación desde tiempos en que la vuelta a la presencialidad sí era sanitariamente riesgosa (aún no había un significativo porcentaje de población vacunada con esquema completo), desde sus lugares de gestión universitaria consagran la definitiva virtualización de la educación. Hugo Juri, rector de la Universidad Nacional de Córdoba afirmó a Cadena 3, el 22 de septiembre de 2021 “que la presencialidad nunca volvería a la UNC, que los teóricos serían en adelante virtuales”. En la Universidad Nacional de San Juan, donde investigo y desempeño funciones docentes en la actualidad, se escuchan afirmaciones del tipo de “La virtualidad llegó para quedarse”; “El desafío es construir la bimodalidad”; “una apuesta por la construcción de aulas híbridas” y la victoria política más contundente de los 100 días de la nueva gestión consiste en la ejecución de fondos para la mejora de las condiciones virtuales de la universidad.

Considero que el discurso Institucional de nuestra casa de estudios, la UNSJ, debería ser diametralmente opuesto al que es consecuente con la educación virtual de forma definitiva. San Juan es una de las diez ciudades más pobladas de la Argentina, históricamente elegida por estudiantes de todo el territorio nacional y fronteras afuera, de otros países vecinos. La universidad tiene que ser un lugar capaz de acoger a cada cual que pase por allí en términos territoriales.  La universidad como lugar es lo que permite que quienes acceden a la misma elijan San Juan para una vida. La idea de “carrera” no puede pensarse sin un lugar en que esta pueda anclarse. ¿Acaso no leímos en Deodoro Roca a Bergson afirmar: “Ir a nuestras universidades a vivir, no a pasar por ellas”[6]? ¿Es la virtualidad una demostración más de que a ciento tres años de la Reforma Universitaria, ésta sea sólo una efeméride, un signo vaciado de contenido?

Si la virtualidad llegó para quedarse, entonces debemos asumir una gran pérdida. Ya que pareciera que aceptamos el riesgo de que todo esto termine con las aulas y los institutos convertidos en ruinas de la modernidad[7]. Y me refiero a la pérdida, porque un lugar en donde es posible construir marcos para relaciones horizontales, que no se reduzcan a una “transferencia de contenidos” es, más allá de eufemismos, el aula. Sarmiento, siempre evocado en San Juan, estaría en deshonra, pues lo hemos hecho el “padre” de algo que ahora parece que desestimamos. El derecho a la educación superior es fundamentalmente el derecho a “IR” a un lugar, en donde lo transcendental es la experiencia.

Como un joven docente con la única pretensión de ser recordado por los estudiantes a los que logre interpelar en las clases, vuelco estas líneas porque me rehúso a ser un youtuber. Desde el saber experiencial de la universidad como lugar, es que quisiera que todes les que quieran, pudieran tener esa experiencia.


[1] En referencia a la publicación “Sopa de Wuhan” Autorxs: Giorgio Agamben, Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Franco “Bifo” Berardi, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou, David Harvey, Byung-Chul Han, Raúl Zibechi, María Galindo, Markus Gabriel, Gustavo Yañez González, Patricia Manrique y Paul B. Preciado. Digamos, la liga de la justicia de la filosofía contemporánea.

[2] No hubo sectores “conservadores” como si los había antes de que la virtualidad, tuviese una coartada perfecta en la salud.

[3]Monitor Público de Vacunación

[4] Durante el año 2020. El Gobierno de San Juan construyó una agenda con todas las áreas estatales, amplios sectores de la industria y la población civil. Las reuniones intersectoriales se llamaron Acuerdo San Juan y el programa era la construcción de San Juan de la postpandemia. Pero en aquel entonces la provincia aún no experimentaba la pandemia.

[5] Blues de la Artillería. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La Mosca y la Sopa 1991.

[6] Deodoro Roca 1918. Primer congreso de Estudiantes Universitarios.

[7] Como las ruinas de la modernidad benjamineanas, o la locomotora que evocaba Spinetta en un futuro apocalíptico, un aula universitaria puede llegar a ser en un futuro distópico la ¡Fucking Gioconda!. Ver un aula, sería entonces un viaje temporal, a un pasado lejano y alguien podría tener la necesidad de verla, “como si fuera la estatua de una virgen”. Yo quiero ver un tren. MTV Unplugged

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